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Uno torna dalle sudate ferie, posta un po' di pillole di saggezza di cui si sentiva onestamente la mancanza su Twitter, magari carica nelle nuvole digitali fotografie del proprio superbambino che inforca i primi sci su Google+ (tanto per non citare sempre Facebook) ed ecco il collega in una delle sue tante manifestazioni esistenziali farsi amico fraterno, intimo, e voler guardare e leggere tutto facendone una questione di vita o di morte. Difficile dirgli proprio in faccia che sono affari tuoi. Non tanto per il rischio che si senta offeso ma per lo strappo diplomatico: alla fine dobbiamo convivere tutto l'anno per un numero di ore impressionante (meglio non fare il conto, demoralizza). Avrò almeno il diritto di fuggire come Tron con la mia moto digitale sul web ogni tanto? Certo, non è una novità. La Facebook-mania è esplosa da tempo in Italia. Ma il 2011 è stato l'anno dello sbarco in massa degli italiani su Twitter. Il microblogging con le sue 140 battute ha catturato anche un popolo mediterraneo famoso per soliloqui, sproloqui e non certo privo di favella e vis polemica. Lo sciame di nuovi api operaie sul social network comincia a produrre un ronzio assordante. Vige ancora il caos ed è come se nella nuova città si muovessero automobilisti senza patente in cerca di nuove regole: per paradosso, su Facebook che funziona come uno spazio privato (ho accesso ai tuoi dati solo con il tuo via libera) si diventa amici, anche tra sconosciuti, per definizione. Il codice tacito è accettare e via. Mentre con Twitter c'è stata l'evoluzione della specie. È come se fossimo passati dal Perniano al Mesozoico della socializzazione digitale: anche se è pensato come uno spazio pubblico (non c'è bisogno di nessuna autorizzazione per andare su www.twitter.com , vedere da quanto tempo @massimosideri twitta e leggere i miei tweet a volontà, anche senza seguirmi ufficialmente) in realtà Twitter ha una struttura sociale piramidale, dunque più complessa e vicina alla realtà del mondo offline . E forse proprio per questo tutti vogliono essere seguiti più che seguire: è un gesto che corrisponde all'accettazione sociale. Solo chi ha dei follower è diventato «grande». Eppure i buoni motivi per non avere tra i propri following dei colleghi ci sono eccome: 1) La mania chiamata FourSquares : prende subito dopo la febbre Twitter e se ne diventa moderni schiavi tecnologici a causa di un efficiente sistema di geolocalizzazione che invia automaticamente dei messaggi ai vostri followers tipo: «I'm at the Biancolatte Cafè». Lo scopo è diventare Sindaci del posto grazie ai check-in e strappare sconti. Peccato che dall'ufficio in quel momento stiano pensando: ma cosa ci fa a prendere l'aperitivo mentre dovrebbe essere al piano di sotto? 2) Un altro virus che prende gli sportivi: Endomondo, applicazione che permette di mandare online le proprie performance sportive per confrontarle con quelle dei colleghi e mostrare chi è tipicamente il maschio dominante. Anche qui: piccolo handicap. Chi si ricorda di disattivare la funzione quando si racconta magari di non stare troppo bene e sul monitor dei colleghi appare una corsa di 12 chilometri in 62 minuti? 3) L'ansia da performance del twittatore folle (prima o poi prende tutti) mette in seria difficoltà chi deve rispondere alla più classica delle domande del nostro capo quando ci vuole affibbiare qualche grana: ma che cosa stavi facendo? Chiudere il sito e allontanare lo smartphone non protegge più da un'analisi dettagliata su Twitter delle nostre ultime ore... Insomma, anche il collega più simpatico può trasformarsi un po' in serpente protetto dall'anonimato dei followers . Dunque vale la pena di pensarci un attimo prima di aggiungere alla multiforme figura anche la nuova dignità online. Ma come ha sintetizzato un Twitters con una micro-barzelletta comparsa qualche mese fa tra i miei RT (ritweet) non è che la famiglia sia esente da complessità di pari livello: «Amore avete rotto le scatole. Avete chi... Tu e Twitter». Geniale. In sole 54 battute ...
(massimo sideri / corriere.it / puntodincontro) 7 de enero de 2012 - Compañeros y compañeras de trabajo víboras en Twitter? Es enero. Y, como siempre después de un período de vacaciones, se repiten las condiciones sociológicas ideales para poner en la mesa la controvertida cuestión políticamente incorrecta (y por lo tanto, por definición, pertinente): los compañeros de trabajo, esta multifacética figura existencial con los cuales pasamos más tiempo que con nuestra familia o amigos, ¿son dignos de ser nuestros amigos y seguidores en las redes sociales o no? ¿Es correcto socializar con ellos en la web y darles acceso a nuestra sagrada vida virtual en Twitter? Nos han dicho: "Pero ¿Por qué no me sigues? Yo te sigo". Exacto ... parece obvio ... pero ... Uno regresa de las anheladas vacaciones, agrega algunos textos sabios en Twitter, sube fotos del superhijo que se pone los primeros esquís en Google+ (para no mencionar siempre Facebook) y aparece el colega en una de sus muchas manifestaciones existenciales como amigo íntimo, casi hermano, que desea ver y leer sobre ti haciendo del asunto una cuestión de vida o muerte. Es difícil decirle en la cara que no se meta en lo que no le importa. No tanto por el riesgo de que se sienta ofendido, sino por las consecuencias diplomáticas: al fin y al cabo tenemos que convivir todo el año durante un impresionante número de horas (mejor no contarlas, es deprimente). Tendré por lo menos el derecho a huir como Tron con mi moto digital de vez en cuando por la web? Claro, no se trata de una novedad. La Facebook-manía existe desde hace algún tiempo en Italia. Sin embargo, el 2011 fue el año del aterrizaje masivo de los italianos en Twitter. El microblogging de 140 caracteres capturó también la nación mediterránea famosa por sus soliloquios y ataques de logorrea y seguramente no ajeno a las fábulas y a las expresiones polémicas. El enjambre de abejas nuevas en las redes sociales comienza a producir un zumbido ensordecedor. Todavía está vigente el caos y es como si en la nueva ciudad se multiplicaran los conductores sin licencia en busca de nuevas reglas: paradójicamente, en Facebook, que funciona como un espacio privado (tengo acceso a tu información sólo con tu visto bueno) se hacen "amigos", incluso entre extraños desconocidos, por definición. La regla implícita es aceptar y ya. Mientras que con Twitter hubo una evolución de la especie. Es como si hubiésemos pasado del periodo Perniano al periodo Mesozoico de la socialización digital: aunque es considerado un espacio público (no es necesario ningún permiso para ir a www.twitter.com, ver desde hace cuanto @massimosideri envía tweets y leer todo lo que ha escrito hasta el momento, aun sin ser un seguidor oficial), la realidad es que Twitter tiene una estructura social piramidal, por lo tanto más compleja y más cercana a la realidad del mundo fuera de línea. Y quizás por esto todos quieren ser seguidos más que seguir: es un gesto que corresponde a la aceptación social. Sólo aquellos que tiene "followers" se han convertido en "gente grande". Sin embargo, hay razones de sobra para no tener entre los "followers" (ni estar siguiendo) a los compañeros de trabajo: 1) La manía llamada FourSquares: se manifiesta inmediatamente después de la fiebre para el Twitter y provoca que nos convirtamos en modernos esclavos de la tecnología moderna debido a un eficiente sistema de geolocalización que envía automáticamente mensajes a los seguidores como "Estoy en el Café Biancolatte". El objetivo es llegar a ser alcaldes del lugar gracias a los "check-in" y obtener descuentos. Es una pena, sin embargo, que en la oficina en ese momento estén pensando: "Pero, ¿Por qué se fue a tomar café, si debería estar en el piso de abajo?". 2) Otro efecto que se manifiesta entre los usuarios es Endomundo, la aplicación que permite compartir en línea tu rendimiento en actividades físicas y deportivas para compararlas con las de tus colegas y mostrar quien es el macho dominante. También en este caso existe un pequeño problema. ¿Quién se va a acordar de desactivar esta función cuando se cuenta a los compañeros de trabajo que nos sentimos enfermos y, casi simultáneamente, en sus monitores aparece que logramos correr 12 kilómetros en 62 minutos? 3) La ansiedad del apasionado de Twitter (tarde o temprano los alcanza a todos) pone en serios problemas cuando se trata de responder a la más clásica de las preguntas del jefe cuando nos quiere echar la culpa de algo: "Pero ... ¿qué estabas haciendo?" Cerrar el sitio y apartar el smartphone ya no nos protege de un análisis más detallado de nuestras últimas horas en Twitter ... En fin, incluso el compañero de trabajo más agradable puede convertirse en víbora protegido por el anonimato de los seguidores. Así que vale la pena pensarlo dos veces antes de añadir a la multifacética figura también nuestra nueva dignidad en línea.
(massimo sideri / corriere.it / puntodincontro) |
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