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20 de septiembre de 2013 - La novedad de Papa Francisco estaba frente a nuestros ojos, pero hasta ayer no teníamos palabras para definirla. Hoy las tenemos, y son estas: “primero el Evangelio y después la doctrina”.

Ese orden queda bien claro en la entrevista para las revistas de los jesuitas y se puede interpretar como un eslogan dirigido a la superación de las antiguas murallas, porque —dice Bergoglio— ha llegado el momento de «abrir nuevos espacios para Dios», a partir de la certeza de que él se encuentra «en cada vida humana» y —por lo tanto— también en la del homosexual, de los que se volvieron a casar y de los adictos.

El Papa también describe dos o tres aplicaciones de estos principios para el gobierno de la Iglesia que —dice— tendrá que ir en la dirección de las decisiones colegiadas, de la descentralización y de las mujeres: tendrá que haber mujeres donde se decide, dice con claridad.

La entrevista aborda una docena de temas, pero el punto fundamental es ese: la necesidad de establecer como primacía la predicación del Evangelio y no las «pequeñas reglas», las muchas «doctrinas», buscando en forma exagerada la «seguridad reglamentaria». El Papa desarrolla cada tema, y ponemos como ejemplo el tema candente de la homosexualidad, al igual que todos los demás, a partir de este principio fundamental. Y sólo leyendo en esta clave sus respuestas lograremos entenderlo.

Esta es la Iglesia que predica el Evangelio también al homosexual, tratando de verlo como lo vería Cristo: «Dios, al ver a un gay, ¿aprueba su existencia con cariño o la rechaza condenándola?». Es la misma respuesta —si se quiere— que el Papa había dado a los periodistas en el avión que regresaba de Río de Janeiro el pasado 29 de julio: «¿Quién soy yo para juzgar a un gay?». Pero, ayer, añadió: Dios nos ha «hecho libres», la Iglesia tiene sus referentes con respecto al uso de la sexualidad, pero no tiene el derecho de llevar a cabo «interferencias espirituales» en la vida de las personas.

Siempre hay que respetar —dice Francisco— el «misterio del hombre». Tanto en el caso del homosexual, como para los divorciados vueltos a casar, las mujeres que han tenido abortos e incluso para las vidas destruidas «por los vicios, las drogas o cualquier otra cosa». No se trata de la revisión de normas y doctrinas, dice el Papa, «La opinión de la Iglesia todo mundo la conoce y yo soy hijo de la Iglesia». Como aclarando que ni siquiera el obispo de Roma puede modificar esa «opinión».

Pero lo que el Papa argentino quiere hacer es más que un ajuste de preceptos, es «encontrar un nuevo equilibrio» entre la predicación del Evangelio y la difusión de las doctrinas: «No podemos insistir únicamente en cuestiones relacionadas con el aborto, el matrimonio homosexual y el uso de métodos anticonceptivos», no se puede «encerrar a la Iglesia en pequeños preceptos». Para lograr comunicarse con la humanidad de hoy en día, con los muchos heridos por la vida, es necesario «un anuncio misionero, que se centre en lo necesario, en lo esencial», es decir, en la «propuesta evangélica» que debe ser «más simple, profunda y radiante».

Durante la entrevista, Francisco enumera todos los aspectos hostiles a su visión del Evangelio, cuyo objetivo es ayudar al hombre herido y acompañarlo con misericordia: el golpeteo de los preceptos en la vida pública, la tendencia de las oficinas de la Curia a convertirse en «organismos de censura», las quejas «sobre cómo el mundo es una barbaridad», la terquedad de «recuperar el pasado perdido». Después de esta lista, siguen las duras palabras con las que el Papa de los suburbios anuncia su diagnóstico: con base en una «visión tan estática e involutiva», la fe «se convierte en una ideología como cualquier otra».

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(corriere.it / puntodincontro.mx / adaptación y traducción al español de massimo barzizza)