24 de noviembre
de 2013 - A la Ópera de Bellas Artes y a Pro
Ópera en la UNAM, se sumó el Instituto
Politécnico Nacional (IPN) en los esfuerzos
por difundir este género en el Distrito
Federal, particularmente entre el público
estudiantil. Había ofrecido con
anterioridad la Carmen Politécnica y la
Bohème Politécnica, apellidos innecesarios
para las óperas que se presentaron en el auditorio Alejo
Peralta. Ahora le tocó el
turno a una Aída trilingüe. Cantada en
italiano, con libreto original de Antonio Ghislanzoni,
la producción ofreció supertítulos en español
y en náhuatl; los primeros, como siempre, de
Francisco Méndez Padilla; los segundos, del
poeta nahua Natalio Hernández.
El experimento fue interesante, porque aunque
se cantó en el original italiano —hacer otra
cosa habría sido una traición—, las acciones
se sitúan no en el Egipto de los faraones en
guerra contra los etíopes, sino en
Tenochtitlán, capital del imperio azteca, en
guerra contra los tlaxcaltecas. La analogía
es afortunada. Así, Menfis es Tenochtitlan;
la diosa Isis, Coatlicue; el faraón egipcio,
Moctezuma; Amonasro, el tlatoani de los
tlaxcaltecas; el paso de Napata, el paso de
Chalco, etcétera.
La escenografía, el
vestuario, los movimientos escénicos,
evidentemente, son distintos a los que se
habrían realizado de tener como base la
historia original. La escenografía tiene
ahora como centro ya no la pirámide egipcia,
sino la mesoamericana, con sus serpientes
emplumadas decorativas, y muestra, a través
del templo, la organización
teocrático-militar de la sociedad azteca. El
vestuario, muy vistoso, es azteca-tolteca,
con sus penachos y mantos, caballeros
jaguares y águilas. Los movimientos
escénicos son rituales y solemnes,
dramáticamente limitados. El hieratismo
egipcio se transforma en un hieratismo
azteca. En conjunto, la dirección escénica
de César Piña fue justa y eficaz.
La pregunta es: ¿a quiénes van dirigidos los
supertítulos en náhuatl? Tienen,
probablemente, dos sentidos: uno, dirigirse a los
contadísimos hablantes de esa lengua que
asistieron a la ópera, a no ser que haya el
plan de presentarla en comunidades
indígenas; dos, declarar —como acto de fe
cultural y con la mejor de las intenciones—
que esa lengua indígena existe y está
virtualmente viva. Aída ya
está en náhuatl, a ver qué más se puede
hacer con ella.
El resultado musical fue muy disparejo: la
orquesta del IPN muestra grandes
limitaciones técnicas; el coro, pequeño,
hizo un buen trabajo bajo la dirección de
Armando Gómez. El director, Iván López, es
muy joven todavía, pero no parece mostrar el
poderío y las exigencias de un Eduardo Mata,
por poner un ejemplo mexicano.
Las voces de los cantantes corrieron muy bien
en la sala y no fue necesario bajar el
volumen de la orquesta para que aquellas
fueran audibles. El elenco, disparejo,
estuvo dominado, de principio a fin, por la
voz poderosa y canto justo de la mezzo Belem
Rodríguez como Amneris, la hija de
Moctezuma. También notable Rosendo Flores,
aunque el sumo sacerdote Ramfis exige un voz
aún más oscura que la del bajo regiomontano.
Aceptable el tenor José Manuel Chú en el
demandante papel del infortunado héroe
Radamés. Algo le pasó a la soprano Fabiola
Venegas, la Aída tlaxcalteca de la noche:
quizá estuvo indispuesta, porque, entre
otras carencias —dramáticas, sobre todo— le
faltaba aire para terminar correctamente las
frases. Del resto del elenco diremos que les
faltó preparación vocal.
(vladimiro rivas iturralde /
milenio.com / puntodincontro.mx /
adaptación y traducción al italiano de massimo
barzizza)
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