16 luglio 2011. - «Nomen omen» dicevano i nostri padri latini: «il nome è un presagio». Se nel nome di ciascuno di noi si celasse effettivamente il nostro destino, allora, nel caso di Alfonsina "Strada", questa locuzione avrebbe tutti i crismi dell’attendibilità. Se fosse stata una nuotatrice, si sarebbe chiamata Mare. Fosse stata un’aviatrice, si sarebbe chiamata Cielo. Ovvio pertanto che Alfonsina, classe 1891!, destinata a rivelarsi un fior di ciclista, non poteva che chiamarsi "Strada".

Tanto vale, però, mettere subito le cose in chiaro: Alfonsina non fu una ciclista qualsiasi. Grande atleta capace di conquistare, il record mondiale femminile dell'ora (37,192 Km) e di correre il Giro d'Italia 1924 (corsa destinata ai soli uomini, classificandosi 30ma) e fu una suffragetta a pedali, un’antesignana dell’emancipazione della donna attraverso lo sport.

Pedalando per strade "bianche", sterrate e polverose, in totale promiscuità con gli uomini, contribuì con le sue gesta sportive a sfatare il mito della donna "angelo del focolare", a demolire l’atavico paradigma per cui una donna doveva maritarsi, sfornare figli e basta. Tutt’al più, ma non per una propria indipendenza economica, poteva fare la sarta.

Va detto che la possibilità di usare la bicicletta da parte del gentil sesso, è stata, all’epoca, oggetto di un’ostilità incredibile da parte dei cosiddetti "benpensanti", donne o uomini che fossero. Fu una guerra senza esclusione di colpi: derisione, disprezzo, insulti, maldicenze, percosse. I vetturini usavano la frusta, i ragazzini si sfidavano a far centro con sassaiole…. Miserabili manifestazioni di insulsa protervia di e tracotanza incivile.

Ma le donne tennero duro. Oltre che contro la mentalità retriva della società maschilista, si trovarono a lottare contro un ben più duro avversario: la moda muliebre. Come si poteva mai andare in bicicletta indossando gonne e crinoline, essendo strette in corsetti soffocanti e ostentando cappellini in sempiterno equilibrio metastabile?

Certo lo "svolazzare impudico" delle vesti, il porsi a cavalcioni di un sellino, l’ostentazione (oscena!) del … fondo schiena, le ridicole cadute, erano indubbiamente situazioni incompatibili con l'etichetta e il buon costume. Delle due l’una: se proprio volevano inforcare la bici, le donne non avevano scelta. Dovevano indossare indumenti maschili. In particolare i pantaloni, indumento mascolino quanto nessun altro.

Lo strano è che, in questa sovvertitrice risoluzione, avversavano le "pedalatrici in brache" anche personaggi che, nella vita, si erano distinti per eccentricità e anticonformismo.

Ad esempio, Stéphane Mallarmé (1842-1898), il poeta simbolista (secondo il quale bisognava descrivere "non la cosa, ma l'effetto che essa produce") a proposito delle donne-cicliste (soprannominate da lui "chevauchers de l'aciers", cavallerizze dell'acciaio), così si esprimeva: "... se il loro scopo è quello di mostrare le gambe, preferisco una gonna sollevata, vestiario femminile, e non dei pantaloni maschili".

Non fu da meno Sarah Bernhardt (1844-1923). La famosa voix d'or, la voce d'oro del teatro, notoriamente bisessuale non solo nella vita privata ma anche sul palcoscenico (dove, prediligendo ruoli maschili, indossava sovente i tanto vituperati calzoni) così si pronunciava riguardo alle "cicliste" «... sono virago scostumate che per dimostrare indipendenza e coraggio si mettono a cavalcioni di una bicicletta per uomo e, orrore! mostrano le caviglie».

La motivazione più eclatante cui la buona società (mascolina) fece ricorso per osteggiare la donna-ciclista, fu particolarmente impudente ed assai greve. Inconfutabili studi medici, si affermava, avevano comprovato che "la posizione a cavalcioni offriva di per sé stimoli sufficienti procurare alla donna in bicicletta una sovreccitazione lubrica", ossia "accessi di follia sensuale". Forti di questa attestazione … scientifico-sanitaria, i moralisti dell'epoca accusarono apertamente le cicliste di voler prendere il proprio piacere al di fuori del focolare domestico e ... senza l'uomo. Ad essere preso di mira fu il sellino, che avrebbe provocato equivoche soddisfazioni genitali rivelandosi il mezzo per praticare … l'onanismo femminile senza che nessuno se ne accorgesse! C’era chi credeva alla possibilità di questa pratica scostumata, ma la maldicenza si spense una volta che fu commercializzato il «sellino Christy», reclamizzato come "più largo, più lungo e più confortevole".

Quando la nostra Alfonsina inforcò la sua prima bicicletta (1901) anche gli italiani la pensavano più o meno così. Dal censimento nazionale risultava che i nostri compatrioti "residenti" erano 33.778.000. Nel 1901, Marconi aveva appena realizzato la prima trasmissione radiotelegrafica tra l’Europa e l’America. Sempre nello stesso anno, erano morti due grandi uomini: il pittore Henri de Toulouse Lautrec (a 37 anni) e Giuseppe Verdi (a 88 anni).

 

(continua ...)

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16 de julio de 2011. - "Nomen omen", decían nuestros padres latinos: "el nombre es un presagio". Si en el nombre de cada uno de nosotros está en realidad oculto nuestro destino, entonces, en el caso de Alfonsina "Strada" (camino), este dicho tendría todas las características de la verdad. Si hubiera sido nadadora su apellido habría sido "Mar". De haber sido piloto aviador, "Cielo". Obviamente, por lo tanto, que Alfonsina —nacida en 1891— y destinada a ser una exclente ciclista, sólo podría apellidarse "Strada".

Hay que aclarar algo: Alfonsina no fue una ciclista del montón. Fue una atleta excepcional que marcó el récord mundial femenil de la hora (37.192 kilómetros) y participó al Giro de Italia en 1924 (una carrera sólo para hombres en la que conquistó el 30° lugar) y fue una feminista precursora de la emancipación de las mujeres a través del deporte.

Pedaleando entre la suciedad y el polvo, en total promiscuidad con los hombres, contribuyó con sus hazañas deportivas a derrumbar el mito de la mujer como "el ángel del hogar", erradicando el paradigma ancestral según el cual una mujer tenía que casarse, "hacer hijos" y ya. A lo sumo, pero no para alcanzar su propia independencia económica, estaba permitido que fuera costurera.

Hay que decir que la utilización de la bicicleta por parte de las mujeres, fue —en aquella época— objeto de la increíble hostilidad de parte de la llamada "gente bien" de ambos sexos. Fue una guerra total que incluía burlas, desprecio, insultos, calumnias, golpes. Los conductores de las carrozas las amedrentaban con el látigo, los chicos las usaban como blanco en competencias de tiro de piedras ... Manifestaciones miserables de arrogancia y falta de civilización.

Pero las mujeres se mantuvieron firmes. Además de tener que luchar contra la mentalidad retrógrada de una sociedad machista, lo tuvieron que hacer también contra un oponente mucho más difícil: la moda femenina. ¿Cómo andar en bicicleta con faldas y crinolinas, corsés sofocantes y haciendo alarde de sombreros que añadían precariedad a su ya tambaleante equilibrio?

Ciertamente, el "descarado aleteo" de la ropa, el "montar" un asiento, la ostentación (¡obscena!) de la parte baja de la espalda y las caídas ridículas eran, sin duda, situaciones incompatibles con la etiqueta y las buenas costumbres. Si de verdad querían utilizar una bicicleta, para las mujeres no había otra opción: tenían que usar ropa de hombre. En particular, pantalones: la prenda masculina por definición.

Lo extraño es que —en el contexto de esta polémica resolución— surgieron como adversarios de las mujeres con pantalones incluso personas que se distinguían por su excentricidad y falta de convencionalismos.

Por ejemplo, Stéphane Mallarmé (1842-1898), el poeta simbolista (según el cual había que describir "no las cosas, sino el efecto que producen") decía acerca de las mujeres ciclistas (a las que denominó "chevauchers de l'aciers", amazonas del acero): " ... si su objetivo es mostrar las piernas, prefiero una falda levantada, no pantalones de hombre".

Y Sarah Bernhardt (1844-1923), la famosa voix d'or —la voz de oro del teatro— notoriamente bisexual, no sólo en su vida privada, sino también en el escenario (donde, prefiriendo los papeles masculinos, a menudo utilizaba los tan denostados pantalones) se refería así a las "ciclistas" «... son unas sinvergüenza que para mostrar independencia y valor se ponen a horcajadas en una bicicleta para hombre y —¡horror!— enseñan los tobillos».

La razón más llamativa que la buena sociedad (masculina) utilizó para oponerse a las mujeres ciclistas, fue particularmente descarada y dura. Se afirmaba que estudios médicos irrefutables habían demostrado que "La posición a caballo del asiento estimulaba suficientemente a las mujeres como para proporcionarles una sobre excitación obscena", o sea "excesos de lujuria". Armados con estas declaraciones científico-sanitarias, los moralistas de la época acusaron abiertamente a las ciclistas de querer obtener su propio placer sexual fuera de casa, y ... sin la participación del hombre. El objetivo principal del ataque fue el propio asiento, que se suponía provocaba satisfacción sexual, convirtiéndose en ... ¡el medio para practicar la masturbación femenina sin que nadie lo notara! Hubo quienes creyeron en la posibilidad de esta práctica inmoral, pero la calumnia se extinguió una vez que se empezó a comercializar el "asiento Christy", que se publicitaba como "más amplio, más largo y más cómodo".

Cuando nuestra Alfonsina empezó a utilizar su primera bicicleta (1901) también los italianos pensaban más o menos así. Según el censo nacional, nuestros compatriotas "residentes" eran 33'778,000. En 1901, Marconi acababa de establecer el primer contacto radiotelegráfico entre Europa y América y —en ese mismo año— murieron dos grandes hombres: el pintor Henri de Toulouse-Lautrec (a los 37 años) y Giuseppe Verdi (a los 88 años).

 

(continuará ...)