13 febbraio 2012 - In un editoriale magistrale pubblicato dal Corriere della Sera, Beppe Severgnini sostiene:

«Noi italiani non dobbiamo diventare qualcos'altro. Possiamo tenerci tutte le nostre virtù, frutto di secoli di storia, e lavorare sulle nostre debolezze, figlie di recenti sciatterie. Le prime sono inimitabili, e ci vengono invidiate nel mondo. Le seconde sono correggibili, e quasi sempre frutto di furbizie, ingordigia, pressapochismi e disonestà, denunciate sempre con squilli di retorica, ma sostanzialmente impunite. Le sanzioni italiane infatti sono sempre spaventose, lentissime e improbabili; quando dovrebbero essere moderate, rapide e certe».

Per quanto ci riguarda vogliamo offrire a Severgnini la testimonianza di una vicenda familiare che forse può essere illuminante.

Nostro figlio ha studiato in uno degli istituti religiosi piu noti e costosi di Roma. Il giorno della prova scritta di greco alla maturità classica il commissario interno ha preso la traduzione fatta dal più bravo della classe, è andato in segreteria e ha consegnato poi agli altri studenti la fotocopia.

Il secondogenito arrivato a Washington e iscrittosi alla Georgetown University dopo anni persi nelle università italiane si è trovato immerso in un ambiente competitivo e meritocratico. Nell'aula della facoltà di business vi sono alcuni cartelli che dicono: "Chi viene scoperto a fare cheating (copiare, suggerire, fregare il prossimo, insomma) viene espulso". Il cartello è stato messo quando uno studente è stato sorpreso con dei pizzini nel polsino della camicia . Lo hanno portato in presidenza e ha assunto un atteggiamento del tipo: «Ma che c'è di tanto grave?»

È stato espulso.

Provate ad immaginare di quale nazionalità fosse quello studente.

Qui a Washington viviamo nella preoccupazione che se superiamo le 25 miglia con l'auto e veniamo colti sul fatto da una delle centinaia di autovelox fisse rischiamo il ritiro della patente oltre ad una multa molto pesante. Nella mia zona sono 300 dollari.

Si chiama law enforcement, ovvero: 'applicazione della legge' senza scorciatoie, senza atteggiamenti furbi, senza cercare di fottere gli altri.

 

(Oscar Bartoli / puntodincontro)

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13 de febrero de 2012 - En un magistral editorial publicado por el Corriere della Sera, Beppe Severgnini dice:

"Los italianos no tienen que convertirse en otra cosa. Podemos conservar todas nuestras cualidades, fruto de siglos de historia, y trabajar en nuestras debilidades, resultado de insensibilidades recientes. Las primeras son inimitables y el mundo nos envidia por ellas. La segundas son corregibles, y casi siempre son el resultado de la codicia, de la astucia mal intencionada, del "ahí se va" y de la falta de honradez, siempre denunciadas por la retórica pero básicamente toleradas. Las sanciones italianas, en efecto, siempre son exageradas, lentísimas y poco probables, mientras que tendrían que ser moderadas, rápidas y certeras".

Por nuestra parte queremos ofrecer a Severgnini el testimonio de un asunto de familia que tal vez puede ser esclarecedor.

Nuestro hijo fue educado en una de las instituciones religiosas más famosas y caras de Roma. El día de la prueba escrita de Griego del examen final de preparatoria, el Comisionado asignado a la escuela tomó la traducción realizada por el más hábil del salón, fue a las oficinas administrativas, le sacó copias y las circuló entre los demás estudiantes.

Nuestro segundo hijo llegó a Washington y se inscribió a la Georgetown University después de varios años perdidos en universidades italianas. Se encontró rodeado por un ambiente competitivo y meritocrático. En el aula de la Facultad de Negocios hay un letrero que dice: "Cualquier persona que sea descubierta haciendo trampa (copiando, soplando ... en resumen, viéndole la cara al prójimo) será expulsada". El aviso fue colgado después de que un estudiante fue sorprendido con acordeones en el puño de la camisa. Lo llevaron a la oficina del rector y ahí reaccionó con una actitud tipo: "¿Qué tiene de tan malo?".

Fue expulsado.

Adivinen de qué nacionalidad era el alumno.

Aquí en Washington vivimos con la preocupación de que si se superan los 40 kilómetros por hora en coche y nos toma una foto in fraganti uno de los cientos de radares instalados en las calles corremos el riesgo de que se nos retire la licencia para conducir, además de tener que pagar una fuerte multa. En mi zona es de 300 dólares.

Se llama 'law enforcement', es decir,"hacer cumplir la ley". Sin atajos, sin pasarse de listos, sin tratar de joder a los demás.

 

(Oscar Bartoli / puntodincontro)