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13 agosto 2012 - Libri mai letti, film che
aspettano da anni di essere visti, vacanze solo sognate. E poi concerti
ascoltati attraverso i racconti degli amici, gite fuori porta rimandate. Le
vacanze danno la lucidità per ripensare al tempo normale. E anche la forza
per un’amara ammissione: il tempo libero non esiste più.
D’altra parte le ore per sé sono gradualmente
diventate un lusso di massa soltanto a partire dal dopoguerra. Prima c’era
una stragrande maggioranza di persone che lavoravano 12, 14 ore al giorno.
Le otto ore sono una conquista relativamente recente. Negli anni ’90 si è
accarezzata l’idea di scendere dalle 40 alle 35 ore alla settimana. I
francesi sono passati ai fatti, salvo poi rimangiarsi la legge in un batter
di ciglia.
Adesso l’attimo fuggente è passato e il vento,
grazie (o per colpa) della globalizzazione ha irrimediabilmente cambiato
direzione. Con la crisi si lavora di più. Si aumentano i contatti, le
telefonate pur di strappare quell’ordine che può consentire all’impresa-ufficio-dipartimento
di galleggiare. Se necessario si tiene il telefono aperto anche il vacanza.
«Comincio a pensare che per reggere l’impatto della concorrenza dovremo un
po’ cinesizzarci anche noi occidentali. Anzi, lo stiamo già facendo», riflette Monica Pesce, consulente aziendale milanese e presidente di PWA
Milano, Professional Women Association, un network di donne che credono
nell’importanza di investire sul lavoro. «Le tecnologie ci rendono
raggiungibili ovunque —continua Pesce— e allora come fai a non
rispondere a un cliente egiziano che ti chiama di sabato, per lui giorno
feriale, proprio mentre stavi andando in palestra?».
Il governo Monti è arrivato a vagheggiare
l’eliminazione di qualche altra festività per aumentare la produzione.
Insomma, si raschia nel barile del tempo, già ridotto all’osso, degli
italiani. La cosa da fare sarebbe aumentare la produttività del lavoro. Che
poi vorrebbe dire far crescere il prodotto per ora lavorata, grazie anche a
una migliore organizzazione delle incombenze e a più adeguati strumenti di
produzione. Ma fare questo richiede investimenti, fantasia, coraggio. Merci
rare di questi tempi. E così la via più facile diventa quella di restare
mezz’ora in più in ufficio.
Magari i problemi finissero qui. Perché non sta
cambiando solo il modo di lavorare. C’è anche il fatto che gli impegni si
moltiplicano. «Il tempo degli italiani è iperstrutturato», dice con il
linguaggio dei sociologi Enrico Finzi, presidente di AstraDemoskopea.
Tradotto: oggi facciamo i conti con impegni che i nostri genitori nemmeno
immaginavano. Chi ha i figli a scuola lo sa: almeno due volte l’anno, a
Natale e prima delle vacanze, bisogna partecipare alla festa della classe.
Le nostre mamme e nonne al massimo andavano al ricevimento professori. E poi
visite mediche, controlli, sport, inglese, musica. E il catechismo. Tutte
attività che richiedono tempo, logistica, organizzazione. Anche per chi non
ha figli la vita si è complicata. Gli standard di cura della persona imposti
dalla società dei consumi —palestra, pedicure, ceretta— richiedono
investimenti di denaro, ma ancora prima di tempo, che sono negli anni ’80
non erano immaginabili.
Secondo Finzi, il 65% degli italiani crede che
la propria vita sia troppo veloce. C’è anche un 15% di persone che, invece,
ritiene eccitante vivere di corsa. Certo, per finire, l’ultimo 20% di
connazionali, in gran parte donne che abitano al Sud, costrette a una
casalinghitudine coatta, si lamentano per una vita troppo noiosa. A quanto
pare non ci sono le vie di mezzo. E tra i due mali forse il minore è il
primo: meglio avere troppo da fare che niente del tutto.
«Fino a tre-quattro anni fa si poteva dire che
chi aveva tempo non aveva soldi e viceversa. Adesso non è più nemmeno così»,
fa notare ancora Finzi. Come dire: il mondo è pieno di precari che lavorano
a tempo pieno ma portano a casa a fine mese un assegno misero. Dall’altra
parte anche imprenditori e manager di tempo ne hanno sempre meno, spesso si
devono accontentare di scampoli d’ora tra un appuntamento e l’altro.
Le tecnologie sono complici di questo furto di
tempo a livello globale. Sei in vacanza? Sono le dieci di sera? Con lo
smartphone non puoi esimerti dal dare un’occhiata alle mail. Con l’Ipad puoi
anche stendere la relazione completa a cui il capo tiene tanto. E poi ci
sono i social network da “accudire”.
Ah, come sarebbe bello vivere una giornata di
tanto in tanto da trascorrere come le sorelle Bennet di Orgoglio e
pregiudizio! Passeggiata, té e lettura collettiva dei classici in salotto.
Adesso che anche la pensione è slittata a data da destinarsi, tutto questo
sembra davvero un lusso inafferrabile.
(rita querzé / corriere.it / puntodincontro)
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13 de agosto de 2012 - Libros jamás leídos,
películas que esperan ser vistas desde hace años, vacaciones sólo soñadas.
Y, además, conciertos escuchados a través del recuento de los amigos,
excursiones aplazadas. Las vacaciones dan la lucidez para volver a pensar en
el tiempo normal. Y también la fuerza para hacernos aceptarlo amargamente:
el tiempo libre ya no existe.
Por otro lado, las horas por si
mismas, se convirtieron gradualmente en un lujo para las masas solo
después de la segunda guerra mundial. Antes había una enorme mayoría
de personas que trabajaban 12, 14 horas al día. Las 8 horas son una
conquista relativamente reciente. En los años 90´s se acarició la
idea de reducir las 40 horas a 35 a la semana. Los franceses
aplicaron el cambio, pero las nuevas disposiciones legales duraron
muy poco.
Hoy el instante fugaz ya pasó, y el
viento (gracias a o por culpa de) la globalización ha cambiado
irremediablemente de dirección. Con la crisis se trabaja mucho más.
Aumentan los contactos, las llamadas telefónicas que pueden permitir
a la empresa salir a flote. Y si es necesario, hay que tener el
teléfono disponible hasta en vacaciones. «empiezo a creer que para
resistir el impacto de la competencia tendremos que “achinarnos” un
poco nosotros los occidentales. Más bien, ya lo estamos haciendo»,
reflexiona Monica Pesce, milanesa, consultora de empresas y
Presidenta de PWA Milán (Professional Women Association), un network
de mujeres que creen en la importancia de invertir en el trabajo.
«La tecnología nos vuelve localizables en cualquier lugar —continúa
Pesce— ¿y entonces como haces para no responder a un cliente egipcio
que te llama en sábado, para él un día laboral, justo cuando te
dirigías al gimnasio?».
El gobierno
Monti ha llegado a
considerar la eliminación de una que otra festividad para aumentar
la producción. En resumen, se raspa en el barril del tiempo —ya
reducido hasta el hueso— de los italianos. Lo que se debe hacer es
aumentar la productividad del trabajo, es decir, aumentar el
producto por hora trabajada, gracias a una mejor organización de las
tareas y de los medios más apropiados para la producción. Pero hacer
esto requiere de inversión, fantasía y coraje. Bienes que de por sí
son escasos en estos tiempos. Y así, el camino más fácil es quedarse
media hora más en la oficina.
Ojalá y los problemas terminaran
aquí. Porque no está cambiando solo la manera en la que se trabaja.
Está también el hecho de que las labores se multiplican. «El tiempo
de los italianos está hiperestructurado», dice con lenguaje de
sociólogo Enrico Finzi, presidente de AstraDemoskopea. Traducido:
hoy nos ocupamos de compromisos que nuestros padres ni siquiera
imaginaban. Quien tiene hijos en la escuela lo sabe: al menos dos
veces al año, en Navidad y antes de vacaciones, se debe participar
a la fiesta de la clase. Nuestras madres y abuelas a lo mucho iban
a a la bienvenida de los profesores. Y después, visitas médicas,
controles, deportes, inglés, música. Y el catecismo. Actividades que
requieren tiempo, logística y organización. También para quien no
tiene hijos la vida se ha complicado. Los estándares del cuidado del
cuerpo impuestos por la sociedad de los consumistas —gimnasio,
pedicura, depilación—
requieren
inversión de dinero, pero antes que nada, de tiempo, que tan
recientemente como en los años
80´s ni siquiera nos imaginábamos.
Según Finzi, el 65 % de los
italianos piensa que su existencia es demasiado rápida. Existe
también un 15% de personas que, al contrario, considera excitante
vivir a las carreras. Claro, para terminar, el último 20% de
nuestras connacionales —en su mayoría mujeres que viven en el Sur
del país y obligadas a
una vida hogareña forzada— se quejan de un exceso de aburrimiento.
Por lo que parece no existen medios caminos. Y entre los dos males,
tal vez el menor sea el primero. Mejor tener demasiado qué hacer que
absolutamente nada.
«Hasta hace tres o cuatro años se
podía decir que quien tenía tiempo no tenía dinero y viceversa. Hoy
ya no es así» —añade Finzi—. En otras palabras, el
mundo está lleno de precariedad laboral de tiempo completo, pero
que genera a final de mes un cheque miserable. Del otro lado,
también los emprendedores y altos ejecutivos tienen cada vez
menos tiempo. Frecuentemente deben conformarse con migajas de tiempo entre una
cita y otra.
Las tecnologías son cómplices de este
robo de tiempo a nivel global. ¿Estás de vacaciones? ¿Son las diez
de la noche? Con los smartphone no puedes estar exento de echarle
un ojo a los correos electrónicos. Con un Ipad puedes también completar el informe
que te pidió el jefe. Y luego están las redes sociales, a las
cuales hay que estar siempre atentos.
¡Ah que padre sería vivir de
vez en cuando un día como los de las hermanas Bennet de “Orgullo y prejuicio”!
Paseos, té y lectura colectiva de los clásicos en la sala.
Ahora que también la jubilación se ha
pospuesto, parece un lujo muy difícil de alcanzar.
(rita querzé / corriere.it / puntodincontro) |
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