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11 de agosto de 2014 - Viví y trabajé cinco años en Mesopotamia, a finales de los años 50.

Llegué muy joven, sin experiencia y, sobre todo, ignorante; sí, porque sabía poco o nada de la cultura y de la filosofía islámica. Me acerqué a ese Islam que me rodeaba con un deseo sincero de conocer y, tal vez, de entender.

Fui cuidadoso y respetuoso. Me sentaba en la mezquita con deseo de introspección, aunque no entendía ni una palabra de las letanías del muecín. Dentro de lo posible, traté de descifrar el espíritu intrínseco de Allah y la interpretación su profeta. Por cierto: ¿Cuál de todas las interpretaciones, dado que el mismo texto podía ser leído y explicado de diferentes maneras?

Cinco años hablando un idioma intrincado y difícil como el árabe. Cinco años en los que nunca dejé de ser llamado el yagur (el infiel). Al final de mi estancia, no forzada, pero ciertamente muy sufrida, me pregunté: dadas estas premisas, ¿Qué puede llegar a pasar?

Nunca, jamás habría imaginado lo que estamos viendo hoy. Homo homini lupus (el hombre es el lobo del hombre) parece sólo un eufemismo.

Repito: yo siempre he respetado el Islam. Hoy estoy sin palabras y me pregunto si Europa hace bien en mantener sus puertas abiertas.

Adalberto Cortesi

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(adalberto cortesi / puntodincontro.mx / adaptación y traducción al español de massimo barzizza)