4 de septiembre de 2014 -
Érase una vez una Italia en la que la gente no
iba a Courmayeur
[1] sino a “Cormaiore”, los vestidos con
lentejuelas (paillettes) fueron
llamados “allucciolati” y, como
aperitivo, en lugar de un cóctel (cocktail)
se bebía un “arlequín” (arlecchino).
En los espectáculos teatrales cantaban
“Vanda Osiri” (Wanda Osiris) y “Renato
Rascelle” (Renato Rascel)
[2] y entre el público aplaudía la “clacche”,
sin duda más energética y jubilosa que la
“claque”
[3]. Era el país de Mussolini y de su
proyecto de autarquía lingüística. Fueron
eliminadas las palabras extranjeras de los
carteles publicitarios y de las tiendas,
prohibidos los exotismos en las escuelas y
en los diccionarios, así como los dialectos
y las lenguas de las minorías. En publico se
admitía sólo un italiano viril,
preferiblemente musculoso, con la presencia
del vigoroso “usía” (voi) en lugar
del lei
[4], en fin, el estilo del
«me
vale»
(me ne frego) como decía una famosa
canción de la época:
non so se ben mi spiego,
me ne frego,
con quel che piace a me.
(«yo
no sé si me explico bien, me vale, con
lo que a mi me agrada»).
Un anuncio de la
época fascista que dice: «Supriman en sus
relaciones personales el afeminado “lei”,
incorrecto y extranjerizante, nacido hace
dos siglos en tiempos de sumisión. Durante
dieciséis siglos, los italianos lo
ignoraron».
Me vale! es también el título del
recomendable documental del Instituto Luce
realizado por la lingüista Valeria Della
Valle y dirigido por Vanni Gandolfo, que fue
presentado el martes por la mañana en el
Festival de Cine de Venecia. Un eficaz viaje
en el tiempo para recordar a una Italia ya
olvidada, ridícula en su purismo
nacionalista e incluso dramática por la
violencia de las prohibiciones, grotesca en
sus listas de proscripción, terrible e
increíblemente lejana en la coreografía del
régimen, pero también paradójicamente
actual, ya que se siguen invocando medidas
legislativas para la protección de la lengua
italiana.
El trailer de
Me ne frego! (Me vale!)
Duró veinte años ese
experimento. Desde cuando Mussolini tomó el
poder hasta que se vio obligado a
abandonarlo, en julio de 1943, y fueron
muchos los intelectuales italianos que
pusieron su creatividad al servicio de esta
iniciativa: estudiosos del lenguaje y
periodistas, escritores y poetas, novelistas
y académicos. Marinetti, Savino, Monelli,
Sarfatti, hasta Pavolini y Federzoni fueron
generosos en difundir recomendaciones de
estilo, ya que no había más «lugar para
balbucear malinchistamente palabruchas
extranjeras» como escribió en 1933 Paolo
Monelli en su Bárbaro dominio, un
libro que recogía quinientos extranjerismos
que debían prohibirse.
En los periódicos inició la competencia para
localizar a los lectores más creativos. La
Scena Illustrata inauguró la sección
“Defendamos la lengua italiana”. Siguieron
La Tribuna y La Gazzetta del
Popolo con “Una palabra cada día”.
A
la Academia de Italia, institución oficial
para la difusión de la cultura del régimen,
se le encargó la elaboración de una lista de
las palabras extranjeras con su equivalente
en italiano. Algunos ejemplos notables son “slancio”
(ímpetu) en lugar de swing, el “consumato”
(consumado) substituyó al consomé y
ya no se permitía decir shock, sino “urto”
(choque) nervioso. También había quienes no
censuraban, como Alfredo Panzini, que dio la
bienvenida con imparcialidad en su
diccionario a términos italianos y
extranjeros. Y al iluminado Bruno Migliorini
le debemos dos palabras que aún hoy siguen
siendo de uso común: “regista”
(director de cine/teatro) en lugar de
régisseur y “autista” en lugar de
chauffeur. Acerca de Migliorini, hay
que mencionar que fue el primero en ocupar
la cátedra de Historia de la Lengua,
establecida en 1939 por Giovanni Gentile:
una buena iniciativa en medio del delirio de
un reclamo totalitario.
29 de noviembre
de 1930, ceremonia de toma de posesión del
nuevo presidente de la Real Academia de
Italia, Guglielmo Marconi, en presencia de
Benito Mussolini.
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[1] Ciudad italiana de
2.825 habitantes en el Valle de Aosta. En su
territorio se encuentra la montaña más alta
de Italia y de Europa Central: el Monte
Blanco.
[2] Wanda Osiris y Renato
Rascel fueron protagonistas del espectáculo
de variedad italiano durante los años
treinta-cincuenta.
[3] Un grupo organizado de
espectadores que aplaude o demuestra su
desacuerdo no de forma espontánea, sino a
cambio de una retribución de carácter
financiero o de otro tipo.
[4] La iniciativa se
adoptó en respuesta a un artículo de Bruno
Cicognani que apareció en el “Corriere della
Sera” del 15 de enero de 1938 en el que se
alegaba, erróneamente, el origen español del
pronombre “lei”
(simonetta fiori /
repubblica.it /
puntodincontro.mx
/ adaptación y traducción al español de massimo barzizza)
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