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10 de octubre de 2019 - En la noche entre el 14 y el 15 de enero de 1968, un violento evento sísmico, de 6.4 grados de intensidad, sacudió una vasta área del oeste de Sicilia, el valle de Belice, entre las provincias de Trapani, Agrigento y Palermo.

Fue precisamente este trágico terremoto —que causó más de 200 muertes, alrededor de 1,000 heridos y 70,000 desplazados— el causante indirecto de los primeros flujos migratorios de trabajadores extranjeros hacia Italia.

Via Cavour en Gibellina, Sicilia, tras el terremoto del valle del Belice en enero de 1968 (ANSA)

Y así Sicilia, tras haber diseminado durante varias décadas mano de obra en todos los rincones del mundo, comenzó a convertirse en una tierra de inmigración.

Los primeros ciudadanos extranjeros procedentes de Túnez y otros países del Magreb desembarcaron a finales de enero en Mazara del Vallo, cerca de Trapani, a bordo de barcos de pesca locales. Los habían reclutado los armadores de la zona para hacer frente a la escasez de personal provocada por los efectos destructivos del sismo y fueron empleados en el sector pesquero y otros servicios conexos.

La conexión entre Italia y Túnez se basaba informalmente en una antigua relación de reciprocidad, que ya había sido caracterizada por la transferencia de pescadores de coral genoveses a la isla de Tabarca entre los siglos XII y XV y, a partir de mediados del siglo XIX, por una fuerte presencia de sicilianos en la nación africana, que llegaron a representar el 70% de la comunidad europea local.

En este contexto de familiaridad, los movimientos migratorios hacia Mazara iniciados a fines de enero de 1968 fueron un gran negocio para los empresarios: los recién llegados aceptaban trabajar sin contrato y en con salarios mucho más bajos con respecto a los italianos.

Durante los meses siguientes el reclutamiento se volvió constante, de tal forma que entre 3 y 4 mil hombres comenzaron a cruzar el Mediterráneo cada año en busca de trabajo. Una gran comunidad tunecina se estableció en Mazara, marcando así el comienzo de la inmigración hacia el Bel Paese.

Hasta ese momento sólo se habían registrado experiencias que no podían clasificarse como movimientos migratorios reales, incluyendo —después de la Segunda Guerra Mundial—el desplazamiento de refugiados que regresaban a sus lugares de origen, el éxodo desde la península de Istria y el regreso a Italia desde las áreas coloniales de África y Grecia.

Sin embargo, durante casi veinte años, estos nuevos fenómenos tuvieron, al menos desde un punto de vista cuantitativo, una dimensión contenida y se extendieron dentro del país sin convertirse en un objeto de interés y debate público. Pero las cosas cambiaron significativamente a fines de la década de 1980, después de la caída del Muro de Berlín y el comienzo de los movimientos migratorios masivos en el viejo continente.

(massimo barzizza / puntodincontro.mx)

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