3 de enero de 2016 - En Sicilia, la historia ha
sido
escrita por muchos. Cada pueblo que la dominó
trajo consigo tradiciones y culturas que
convirtieron a la isla más grande del
Mediterráneo en una mezcla de riquezas de valor
inestimable. Una riqueza que se refleja no sólo
en las muchas obras de arquitectura, sino
también en el mundo de la cocina. ¿Y cuál
celebración, si no la de la Navidad, puede
combinar las dos cosas? Desde la ciudad más
grande hasta la más pequeña, desde la más famosa
hasta la más desconocida, la temporada navideña
es una oportunidad para hacer alarde de las
tradiciones.
Muchas identidades para un solo espectáculo.
Bazares navideños, festivales, nacimientos,
conciertos y espectáculos atraen a cientos de
miles de personas provenientes de diferentes
lugares. El espíritu de la Navidad proporciona
los municipios de Sicilia una forma de vida
completamente diferente a la que se experimenta
durante la agitada rutina diaria. ¿Cómo? Con
arte, historia y gastronomía. En Catania, entre
la Piazza del Duomo, el Castillo Ursino, el
Teatro Romano y el “V. Bellini”, entre el
monasterio benedictino y las iglesias barrocas
de Via Crociferi, entre el blanco de los
edificios del siglo XVIII y el negro de la
piedra volcánica, circula el olor de la masa
frita de las “crispelle” con queso y anchoas o
con arroz y miel.
Hay varios tipos de “schiacciate”, masa de pan
rellena de coliflor marinada en vino, brócoli y
aceitunas negras o queso con anchoas. También en
la provincia de Catania no hay que perderse, en
la ciudad barroca de Acireale, el “camino de los
nacimientos”, un recorrido a lo largo del cual
resaltan las estatuillas de tamaño natural en
cera —típicas del siglo XVIII— en el interior de
cuevas de piedra volcánica.
Un nacimiento en Acireale.
También del siglo XVIII, pero en madera, es el
pesebre que se coloca en la iglesia de San
Bartolomeo en Scicli, en la provincia de Ragusa.
Hay nacimientos de diferentes tipos en Sicilia,
como los “vivientes” en Cammarata, cerca de
Agrigento, el de Custonaci en las proximidades
de Trapani, el de Sutera en los alrededores de
Caltanissetta o el de Agira cerca de Enna.
Y podemos encontrar pesebres incluso en la
atareada Palermo, donde el aroma de “sfincioni”
y “arancini” recién horneados, verduras capeadas
fritas y merluza fresca rodea las maravillas
arquitectónicas de la Catedral y del Palacio de
los Normandos, del Palacio de Zisa, así como del
Teatro “Politeama”.
Palermo.
El Palacio de los Normandos.
Así que se trata de un viaje cultural en un
marco gastronómico, nacido de la herencia
que han dejado griegos, árabes, normandos,
suevos, judíos y españoles. Hay muchas
entradas, desde las “crispelle” y verduras
capeadas fritas hasta la caponata de
berenjenas, desde la calabaza roja frita
hasta las aceitunas rellenas con carne o
encurtidos, sin olvidar los quesos y los
embutidos de la isla. En los primeros platos
dominan varios tipos de “schiacciate”, la
lasaña y los canelones con salsa de carne o
espinacas.
Ya satisfechos, los sicilianos acostumbran
de todas formas pasar a los segundos platos
en los que la carne (pollo, cerdo y
salchichas con diferentes condimentos) y el
pescado (bacalao frito o guisado y anguila)
abundan en las mesas.
¿Y de postre? Aquí la creatividad de hoy se
fusiona con las recetas del pasado. Junto a
sus majestades cassata, cannoli,
mazapán y turrón de pasta de almendras
caramelizadas, destacan los “mustazzoli” con
pistaches, miel y almendras o —acompañados
de un vino caliente—, los “sfinci” de
Palermo (panqueques cubiertos con miel y
azúcar), el “buccellato” (pasta rellena de
almendras o higos, cáscara de naranja y
pasas), los “nucatuli” (rellenos de nueces)
y la “cubaita” (turrón con almendras,
pistache, miel y chocolate).
Un
cannolo
siciliano.
Estos postres son en su mayoría de tradición
árabe y acompañan en todas las mesas a la
fruta seca, junto con el Marsala y el
Moscatel de Alejandría, vinos típicos para
este tipo de alimentos.
En fin, una mezcla de olores y sabores, un
rico patrimonio hoy enriquecido por la
creatividad y la diversidad local. Las
celebraciones inician el 13 de diciembre con
la fiesta de Santa Lucía, donde los
“arancini” fritos y la “cuccìa” abren el
desfile gastronómico que termina con la
Epifanía. Es un mes en el que la población
se reconecta con sus raíces, ahogando en el
placer del gusto y en las bellezas
artísticas los problemas que a menudo echan
a perder el estado de ánimo de los
sicilianos y de todos los italianos, con la
esperanza de que el nuevo año traerá siempre
algo bueno. No sólo en la mesa.
(francesco
patti
/ puntodincontro.mx / adaptación y traducción al español de
massimo barzizza)
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