16:11 hrs. - El italiano deriva del latín, lengua que inicialmente se hablaba solo en las regiones cercanas a Roma, luego en toda la península itálica, hasta que, poco a poco, se extendió a los territorios conquistados por los romanos, también porque las leyes se redactaban en ese idioma. Pero el latín del imperio no era el mismo en todas partes. Debido a la mezcla con las lenguas habladas en otras áreas, la estructura de la comunicación oral en Roma, por ejemplo, no era idéntica a la utilizada en otros territorios.
Estas variaciones aumentaron aún más cuando, a partir del siglo IV d.C., Europa fue invadida por pueblos del norte y del este, como los visigodos, ostrogodos, lombardos y otros. Si bien la lengua escrita siguió siendo el latín clásico durante mucho tiempo y en todas partes, la lengua hablada se volvió cada vez más diferenciada. Ya en el siglo III, en el Apéndice Probi —un documento descubierto en el monasterio de Bobbio en 1493 y ahora conservado en la Biblioteca Nacional de Nápoles— un maestro de escuela, probablemente romano, invitaaba, contra las desviaciones del latín hablado o vulgar, a usar oculus y no oclus (= ojo), vetulus y no veclus (= antiguo), viridis y no virdis (= verde). En estos errores cometidos por los estudiantes es posible vislumbrar algunos de los primeros desarrollos fonéticos que llevaron del latín a las lenguas neolatinas actuales.
Las mutaciones del lenguaje dieron lugar así a los “vulgares”, las lenguas habladas por el “vulgo”, el pueblo, mientras que hubo un endurecimiento del latín escrito. Los historiadores etiquetan los lenguajes que se desarrollaron de esta manera en Italia como “vulgares italianos”, en plural, y todavía no como “lengua italiana”. De hecho, los testimonios disponibles muestran marcadas diferencias entre los idiomas de las distintas áreas.
El primer documento tradicionalmente reconocido de uso de un vulgar italiano es una acta notarial, conservada en la abadía de Montecassino, procedente del Principado de Capua y que se remonta al año 960: es el Placito Cassinese (en la foto principal de este artículo) que, en esencia, es un testimonio jurado de un habitante sobre una disputa sobre los límites de propiedad entre el monasterio benedictino de Capua perteneciente a los benedictinos de la abadía de Montecassino y un pequeño feudo cercano, que había ocupado injustamente una parte del territorio de la abadía: «Sao ko kelle terre per kelle fini que ki contene trenta anni le possette parte Sancti Benedicti». (Sé [declaro] que esas tierras dentro de los límites aquí contenidos [informados aquí] han sido propiedad de la orden benedictina durante treinta años). Es solo una oración, que sin embargo, por diversas razones, puede considerarse “vulgar” y ya no latín: los casos (salvo el genitivo Sancti Benedicti, que retoma la dicción del latín eclesiástico) han desaparecido, están presentes la conjunción ko (che) y el demostrativo kelle (quelle) y, morfológicamente, el verbo sao (del latín sapio) se acerca a la forma italiana.
Al principio, los vulgares italianos, aunque diferentes de una región a otra, se consideraban todos al mismo nivel y no había ninguno que pudiera ser juzgado superior o preferido sobre los demás.
Esta situación cambió cuando, en el siglo XIV, el toscano-florentino tomó la delantera y se consagró a lengua de igual dignidad en comparación con el latín para uso literario por dos razones fundamentales. En primer lugar, porque los tres escritores en vulgar más grandes y famosos de la época, Dante, Petrarca y Boccaccio, eran todos toscanos y, en segundo lugar, porque fue precisamente en el siglo XIV cuando Florencia alcanzó la supremacía económica y cultural en Italia.

Andrea del Castagno, Francesco Petrarca, detalle del ciclo de hombres y mujeres ilustres, fresco, ca.1450, Galería de los Uffizi, Florencia
La estructura del italiano deriva, en esencia, de la de la lengua vernácula florentina del siglo XIV. El papel de esta lengua vernácula en la formación del italiano es tan importante que en algunos casos los historiadores ya describen al florentino del siglo XIV como “italiano antiguo” y no como “vulgar florentino”.
Pero, en forma análoga a lo que ya había sucedido con el latín, el italiano durante mucho tiempo fue solo el lenguaje escrito de los literatos. En las reconstrucciones de los lingüistas, hasta la segunda mitad del siglo XIX, solo pequeños sectores de la población de la peninsula itálica podían utilizarlo. Según relata Sergio Salvi, «en 1806, Alessandro Manzoni, en una carta a Fauriel, confió que el italiano «puede considerarse casi una lengua muerta». Más tarde, en 1861, según la estimación de Tullio De Mauro, solo el 2.5% de la población italiana podía hablar italiano. En la evaluación de Arrigo Castellani, en la misma fecha el porcentaje era del 10%.
Con la unidad política y la proclamación del Reino de Italia (1861), se inició la unificación lingüística de la península, un proceso facilitado por las oportunidades más frecuentes de contacto entre personas de diferentes regiones y por la introducción en 1877 de la escolarización obligatoria durante dos años. A pesar de las leyes, el flagelo del analfabetismo era todavía muy difícil de curar: hacia finales del siglo XIX, la gran mayoría de la población aún no sabía leer ni escribir italiano y hablaba solo el dialecto. Fue en el siglo XX cuando la difusión de la lengua italiana se completó casi por completo en detrimento de los dialectos y el analfabetismo, debido al aumento de la escolarización y el desarrollo de los medios de comunicación, se redujo cada vez más. Actualmente, según el informe Istat de 2020, las personas analfabetas en Italia son el 0.6% de la población.