10
de abril
de 2014 -
«Los verdaderos pueblos bárbaros no son los
que nunca han conocido la grandeza, sino los
que, habiéndola conocido en el pasado, ya no
son capaces de reconocerla». Es una frase de
Marcel Proust que describe Italia en
general, un pasaje citado y comentado por
Corrado Augias, en su libro “Los secretos de
Roma”.
Las expresiones artísticas de la grandeza
del pasado —los sitios arqueológicos, los
edificios religiosos y civiles, las pinturas
y esculturas— en Italia son tan abundantes
que nos hemos acostumbrado a ellas y somos
casi incapaces de verlas. Una manifestación
de la barbarie, de acuerdo con el
pensamiento anterior. Y también somos poco
propensos a protegerlos y preservarlos para
las generaciones futuras.
Recientemente, sin embargo, el presidente de
los Estados Unidos, Barack Obama, durante su
visita a Roma, dijo que Italia es una
superpotencia cultural, una frase —de corte
típicamente estadounidense—, que, junto con
la que describe al Coliseo como «más grande
que una cancha de béisbol», podría ser parte
del guión de una película de Woody Allen.
A pesar del amenazante crecimiento de China
e India, los Estados Unidos siguen siendo
una superpotencia, económica y militar.
Dado que fue utilizada también para nosotros
la palabra “superpotencia”, aunque
calificada con un adjetivo que delimita su
alcance, podríamos entonces atrevernos a
pronunciar un discurso análogo al de los
estadounidenses. Entre grandes potencias nos
entendemos bien.
De acuerdo con el presidente Obama, la
defensa de la libertad y de la democracia
implica costos muy altos y no es justo que
sólo los Estados Unidos tengan que soportar
su peso. Los aliados también deben
participar, cada uno con la cantidad que le
corresponda. En particular, Italia —si
quiere ser el eje del equilibrio político y
militar de la OTAN en la zona del
Mediterráneo— debe armarse adecuadamente,
incluyendo en su presupuesto la adquisición
de los aviones necesarios, los F35, y muchos
de ellos: 90 según lo que reporta la prensa
nacional.