15
de noviembre de 2015 - Es una enorme tragedia la
que ocurrió en París la noche del 13 de
noviembre, 10 meses después de la masacre de
Charlie Hebdo. En ese entonces, para expresar
solidaridad era suficiente decir “Je suis
Charlie”, esta vez creo que será necesario algo
así como “J’aime Paris”.
Uno de los dibujos
publicados inmediatamente después de los
atentados en París el pasado viernes por el
caricaturista francés Joann Sfar. El texto dice:
«El terrorismo no es el enemigo.
El terrorismo es un modo de operación. El
repetir “estamos en guerra” sin encontrar el
valor de nombrar a nuestros enemigos, no
conduce a nada. Nuestros enemigos son aquellos
que aman la muerte. En diversas formas, siempre
han existido. La historia olvida rápidamente. Y
Paris sigue en pie».
El comentario del ISIS fue: «Los
soldados del Califato han atacado la capital de
la abominación y la perversión».
«Lo hicimos para castigar a su presidente por el
ataque a Siria», exclamaron los terroristas en
el lugar de los hechos, después de invocar a Alá,
dios supremo, grande y misericordioso.
Una enorme barbarie en contra
de personas indefensas y desprevenidas, que
escuchaban música, asistían a un partido en el
estadio, o se habían reunido con los amigos en
una cafetería. Una agresión cobarde en contra de
nuestra normalidad cotidiana, diseñada por
mentes fanáticas, que esconden importantes
intereses de naturaleza terrenal bajo el manto
de una religión que fomenta el odio hacia los
infieles, alienta el martirio para asegurarse un
lugar en el paraíso y arrastra hacia su destino
de muerte a personas inocentes y desarmadas.
Siento que esta acción
despiadada es una agresión a nuestra cultura, a
los grandes pensadores de la Ilustración, a la
clarté cartésienne, al cogito ergo sum,
al teatro de Molière, a los valores de libertad,
igualdad y fraternidad de la revolución
burguesa, a las extraordinarias voces de Edith
Piaf e Yves Montand, a las muchas excelentes
películas francesas y, ¿por qué no?, también a
las exquisitas baguettes crujientes y ligeras
que sólo ellos saben hacer.
Pero, junto con los ideales
de la Revolución Francesa, cruza por mi mente
también la espantosa imagen de un instrumento de
muerte, la guillotina, que fue inventada
precisamente en esa época para atender con más
eficiencia el lado sangriento de ese importante
periodo histórico. Y recuerdo también las
violentas sombras de nuestro pasado. No somos
inocentes. Los libros de nuestra historia, con
sus santos, navegadores y héroes, fueron
escritos por los vencedores. Del lado de los
derrotados, de los sometidos y de los
colonizados la experiencia fue de violencia,
despojo y genocidio, raíces antiguas y profundas
del difundido odio contra el mundo occidental.
A través de una intrincada
sucesión de eventos llegamos al tercer milenio y
estamos presenciando algo nuevo en nuestra
historia. No estamos preparados para tanta
brutalidad, horror y desprecio hacia todas las
reglas de la humanidad. Aunque el mundo
occidental es el responsable de los delitos de
los siglos pasados, hoy las grandes y pequeñas
potencias tienen el deber de organizarse,
superando las disputas parroquiales, para
combatir y prevenir eficazmente esta barbarie.
Una barbarie que despoja a
todos, en Europa, de un derecho fundamental: el
de no tener miedo.
¿Qué hacer? Hemos oído
análisis, tesis y recetas, a menudo en
conflicto. Es casi imposible asimilar y
entender. Cito, como ejemplo, los comentarios de
dos toscanos: la escritora y periodista Oriana
Fallaci decía en el 2005: «Nos convertiremos en
Eurabia, el enemigo está en nuestra casa y no
quiere dialogar», mientras que otro famoso
florentino, el actual primer ministro de Italia
Matteo Renzi, con su típico optimismo ha dicho:
«Ganaremos. Cómo, cuándo y dónde, por el momento
no está claro».
(emanuela
medoro
/
puntodincontro.mx / adaptación y traducción
al español de
massimo barzizza)
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