4
de mayo de 2013
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A
Trotsky le fue peor: después de
desaparecerlo de la famosa foto con Lenin
que animaba a la multitud frente al Bolshoi,
Stalin “se encargó de él” mandándole un
sicario a México. Otros tiempos. Pero la
salida de Mario Monti también tiene algo
de feroz, que no honra a quienes, en algún
momento, lo alabaron.
Natalia y León
Trotsky con Frida Kahlo en 1937 en Tampico,
Tamaulipas.
Incluso Enrico Letta —quien hace algunos meses
saludó la entrada en escena del rector de la
Universidad Bocconi de Milán como una oportunidad para «darle un
giro a la política italiana, caracterizada
por la incompetencia y por una división del
poder basada los lineamientos del manual
Cencelli
[1]»— tuvo que abandonar la idea —el
pasado 30 de abril— de pedir un
reconocimiento para su predecesor. Ya lo
había intentado tres veces en la Cámara,
pero las mismas tres veces le fueron negados
los pocos aplausos de cortesía que pedía. En
el Senado fueron rechazados también los
únicos dos indicios de estima, uno del
“montiano” Gianluca Susta y el otro del
miembro del PD Luigi Zanda. Hielo total.
Monti… ¿Quién es?
Y
él, el ex “Supermario”, despedido de la
Santísima Trinidad, donde aún permanecen
“Supermario” Draghi y “Supermario” Balotelli,
no dijo ni una palabra. Se quedo ahí, solo
en su curul. La otra noche, después de
entregar el mando a Letta —con el alivio que
sólo podemos imaginar— se fue con su esposa
a cenar a un restaurante. Un niño de once
años lo reconoció, se acercó a su mesa y le
preguntó: «¿No le da tristeza ya no tener
trabajo?». Después de pensarlo un instante,
Monti respondió: «Es como cuando terminas la
escuela: sientes nostalgia, pero por fin te
vas de vacaciones».
Dicen los amigos que está
consciente de haber cometido muchos errores.
Grandes y pequeños. Como cuando, obligado a
usar twitter por quien pensaba que
sería una herramienta útil para las
elecciones, pasó una hora y media enviando y
respondiendo mensajes hasta que, cuando se
presentó a la reunión del partido, exclamó:
«He trabajado toda una vida para construirme
una reputación y ahora acabo de iniciar mi
sistemática demolición». ¿Podría haber
actuado en forma distinta? Seguramente.
Muchas veces. Y, tal vez, hoy estaría allá
arriba, en la residencia del Presidente de
la República. Pero ciertamente impresiona la
manera en la que muchos de su mayoría (no
todos, ya que hubo personas, de izquierda y
de derecha, que fueron coherentes y hostiles
a él desde un principio) lo adularon, se lo
tragaron y lo escupieron, con el cinismo de
experimentados navegantes de las corrientes
parlamentarias, acostumbrados a todas las
rutas y sobrevivientes de todos los
naufragios.
Mario Monti fue recibido en el Senado con 27
aplausos durante 40 minutos el día que tomó
posesión. Los ciudadanos, recuerda la
agencia Ansa, lo aclamaban a su paso como un
Mesías ajeno a los juegos de la política,
obligado a llegar a un acuerdo con 34 grupos
parlamentarios. Y, así, el salón de sesiones
—atemorizado por el momento de caos y por el
pánico de los mercados— se lució con
calurosos aplausos para cada frase, cada
broma, cada alusión a los jóvenes y a las
mujeres, a Europa y a la legalidad.
¡Veintisiete! Por no mencionar ciertos
titulares y artículos en los periódicos que
llegaron a alturas inalcanzables, a tal
punto que fueron inmediatamente atacados por
la despiadada ironía de Marco Travaglio,
después de la premier en “La Scala” de
Milán. «Don Giovanni se vuelve sobrio»,
«Menos botox y más lóden
[2], un triunfo minimalista», «En la
Scala debuta la sobriedad bipartidista». Y,
de inmediato, Roberto Formigoni
[3] declaraba: «Mi smoking tiene 10
años», Giuliano Pisapia
[4] añadía: «El mío no es de marca» y
Diana Bracco, presidente de la Expo 2015:
«Saqué el abrigo de pieles del closet, las
joyas son de mi madre».
Diciembre de 2011. Elsa y Mario Monti en la
Scala de Milán.
Mientras el director de orquesta Daniel
Barenboim susurraba a Monti «Todo el mundo
está orando por usted», en el mundo de la
música rock Vasco Rossi comentaba en
facebook: «Estoy feliz de haber podido
presenciar la toma de posesión del nuevo
gobierno de Monti». Pero la obra maestra fue
un flash noticioso que, con un sonido de
violín de fondo, narraba: «Su discreción es
admirable, al punto que, en una entrevista
frente a su casa en el 2004, cuando estaba a
punto de convertirse en el nuevo ministro de
Economía en substitución de Giulio Tremonti,
respondió con un «no comment» a una
pregunta sobre el nombre de su golden
retriever. Hoy el perro no es el mismo,
pero su sencillez sigue inmutable».
Marcello Veneziani le dedicó al tema —en el
periódico Il Giornale— un articulo de
burla criminal: «“Hoy
está soleado”
ha sido la broma más audaz de Mario Monti en
estos días. Y todos se han dedicado a buscar
en esta frase alusiones encriptadas,
mensajes helioterápéuticos, metáforas
optimistas. El hombre gris, que imaginamos
como un cucú después del colorido
Berlusconi, se volvió realidad».
Parecería que han pasado mil años. Todo
olvidado, todo removido, todo borrado.
Empezando por los elogios a quien fue
“Supermario”,
como aquel de Sergio Marchionne
[5], en julio del 2012. «El acuerdo de
Bruselas evitó un desastre que la gente ha
subestimado. Monti fue genial, ha hecho un
trabajo a nivel internacional para el cual
nunca habíamos tenido a alguien capaz de
hacerlo», o el de Herman van Rompuy
[6]: «Mario Monti ha hecho un buen
trabajo como primer ministro. Restituyó la
confianza hacia Italia y ha sido capaz en
mantener la estabilidad en la eurozona».
Palabras que hoy son utilizadas en contra de
sus autores: «si lo elogiaban ellos dos,
significa que... ».
Hay quien se preguntará: ¿Tiene sentido
recordar hoy la parábola humana, política e
institucional de un economista considerado
el enésimo hombre providencial de nuestra
historia y que terminó también colgado por
el juicio despiadado de quienes hoy lo
definen como un “profesorcito”?
Sí. Lo demuestran las alabanzas de hoy, de
parte una mayoría muy similar, a Enrico
Letta. Demasiadas, para ser sinceros. Y él
mismo, como ya dijo, es el primero en
asustarse.
________________________
[1] El manual Cencelli es una fórmula
algebraica-determinista para ajustar el
reparto de cargos públicos en base al peso
electoral de cada partido o movimiento
político. Se le atribuye a Massimiliano
Cencelli, un funcionario de la Democracia
Cristiana que, en una entrevista con el
periódico Avvenire del 25 de julio de
2003, reveló los antecedentes del nacimiento
del famoso manual durante la convención de
la Democracia Cristiana en 1967.
[2] Vean el
artículo de Claudio Bosio sobre la
historia del Loden
[3] Presidente de la región Lombardia
hasta el 2013.
[4] Actualmente alcalde de Milán.
[5] Administrador delegado del Grupo
Fiat-Chrysler
[6] Actualmente Presidente del Consejo
Europeo.
(gian antonio stella / corriere.it / puntodincontro.mx / adaptación
de
massimo barzizza
/ traducción al español de
carla acosta )
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