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de mayo de 2013
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La gente, con mucha frecuencia, se lamenta:
«las
estaciones no son igual que antes»
Pero tampoco lo son los apellidos.
En algún momento —mas específicamente, en
tiempos de los romanos— el “apellido” en
realidad era un “sobrenombre”.
La onomástica de la antigua Roma preveía, de
hecho, que los nombres típicos consistieran
en tres nombres propios (tria nomina) de la
siguiente manera:
1. El praenomen, el nombre personal
(el nombre propio, como lo entendemos hoy)
2. El nomen, equivalente a nuestro
apellido (también llamado “nombre
patronímico” porque indicaba la gens, o sea,
la estirpe de la familia)
3. El cognomen, originalmente un
sobrenombre personal, después se convirtió
en un nombre de familia cuando la gens se
fraccionó en familiae. Por ejemplo, Marco
Tulio Cicerón, el famosos orador y escritor,
(de praenomen Marco y de nomen Tullio, o sea,
perteneciente a la gens Tullia) tenia el
sobrenombre “Cicero”, por las protuberancias
en su rostro que asemejaban garbanzos (cicer,
en latín).
Hoy en día hay más de 300 mil apellidos
italianos. Un conteo preciso seria
imposible. Con el tiempo, de hecho, algunos
se han extinguido y otros han nacido (frecuentemente
debido a errores de
transcripción de la oficina del registro
civil y rara vez por voluntad, aunque la ley
lo permita).
Hay que aclarar que —contrariamente a lo que
muchos creen— ninguno de los apellidos
italianos deriva de nombres latinos: casi todos son de origen
medieval.
Los primeros siglos de la Edad Media se
caracterizaron por el nombre único. Los
cristianos usaban
solo un nombre —Marco, Tecla, etc.— así como
también los germanos que se asentaron en
Italia.
Al inicio del segundo milenio, se
sucedieron un conjunto de eventos que
condujeron a un elevadísimo número de
homónimos: el comercio, el crecimiento de
los asentamientos urbanos, el aumento de los
fenómenos migratorios, la ampliación
del sistema de compra-venta, y, no menos
importantes, los legados testamentarios y los
donativos en general.
Como consecuencia, fueron asignados los
segundos nombres.
Estos últimos podían indicar la paternidad o
el lugar de origen, la actividad practicada
o, -en formas de sobrenombre-, el aspecto
físico o la personalidad. Sin embargo, estos
“protoapellidos” solo en casos raros se
transmitían a los hijos: lo importante era
distinguir a un Marco Antonio de otro, más
que determinar la relación de parentesco. El
resultado, para nosotros, sus descendientes,
e que cada “protoapellido” nos revela una
historia de vida, indica un oficio, describe una característica
típica (por ejemplo, Moro (moreno),
Mancini (zurdos), Prodi
(valientes)…) o
describe toda una vida familiar. Por otro
lado, apellidos como Rinato (vuelto a
nacer), Rifatto (hecho nuevamente),
Ritrovato (reencontrado), Conforti
(alivio), Rimedio (remedio), derivan del
los nombres dados a los hijos segundos,
terceros o cuartos que “reemplazaban” a los
hermanitos y hermanitas victimas de la
elevada mortalidad infantil.
Pero, después de varios siglos, podríamos
preguntarnos, con base en nuestros apellidos,
¿cuales eran los oficios de nuestros
antepasados?
Los apellidos tipo Cacciatori
(cazadores), Fabbri y Ferrari
(trabajadores del hierro), Fornaciari
(panaderos), Macellari (carniceros),
Molinari (trabajadores de un molino),
Pastore (pastor), Pescatori
(pescadores), y similares,
corresponden a profesiones que todavía
estamos en posibilidad de reconocer.
Sin
embargo, en muchos casos, el significado de
un apellido se refiere a oficios que ya no
existen. Por ejemplo, los Mondadori “limpiaban” (mondare = limpiar hierbas) los campos (o los
arrozales) de las malas hierbas, o lavaban la
lana y las telas. Los Arcari eran
fabricantes de arcos (en la práctica eran
carpinteros) o funcionarios que custodiaban
el tesoro de la comunidad, localizados en un
arca (o mas bien en una caja).
Las “mondine”,
actividad ligada al apellido Mondadori.
Son
interesantes los apellidos Appicciafuochi o
Buttafuoco, que están relacionados
con quienes,
pago de por medio, encendían el fuego en casa
de los judíos los sábados (día en que estos
últimos tenían prohibido hacer incluso
trabajos domésticos).
Se entiende fácilmente
que los Acquaioli eran vendedores ambulantes
de agua (o encargados de la irrigación de
los campos), mientras — continuando en el
ámbito de la actividad agrícola— tal vez no
sea tan evidente, a primera vista, qué
hacían los Campari (custodios del campo) o
los Somerari (los que se dedicaban a los
animales de carga).
Así mismo, es fácil
entender que los Finocchiari (de
finocchio = hinojo) y/o Cipollari
(de cipolla = cebolla),
eran vendedores de productos del campo.
Sin embargo,
la onomástica enumera también palabras
expresadas en lenguas que generalmente desconocemos. Por
ejemplo, en Sicilia, a “barbero” corresponde
al apellido Zirafi, de origen griego, o
Cangemi, derivado del árabe. También de
origen griego son Crisà (orfebre), Zappalà
(vendedor de higos), mientras que Abolaffio (farmacéutico) y
Saccà (vendedor de agua) son de
origen árabe. En muchos otros
apellidos sobrevive el dialecto: por ejemplo
Cravero,
Cravario y Chiabrera son todos
apellidos, de origen piamontés, para indicar
a quienes cuidaban a las cabras y Strazzeri
era el vendedor de trapos en dialecto
véneto. Además de las
profesiones de nuestros antepasados, hay
apellidos que revelan sus desplazamientos
geográficos como Francese (de
Francia), Padovan (de Padua), Todesco
(alemán),
etc.
Es notable como los diferentes
apellidos italianos se distribuyen a lo largo del
territorio de “la bota” de manera bastante
irregular. Algunos son típicos de algunas
regiones en particular: Ferrero (Piamonte),
Colombo ( Lombardía), Parodi (Liguria),
De Gasperi (Trentino), Sanna (Cerdeña).
En relación a lo anterior, ¿a qué se debe que los
apellidos no precisamente autóctonos, como
Pisano o Toscano, sean tan
difundidos en Sicilia? Se trata de un
fenómeno de migración interna… ¡al revés!
Las familias italianas del medioevo no
buscaban fortuna (como suele decirse)
desplazándose del sur al centro-norte. Más
bien, dado que Sicilia era unas de las áreas
más ricas y productivas de Italia, eran
bastante numerosos los grupos familiares que se mudaban
hacia el sur de la Toscana o de la costa de
Lucca (famosa por estar infestada de
malaria)
Y
así, el difundidísimo apellido lombardo
Bergamini recuerda a los vaqueros
bergamascos que descendieron de los valles
alpinos al Valle del Po y Aquilani a los
habitantes de los abruzos que se mudaban a Roma para trabajar
en las cañerías.
De cualquier modo, todos estos atributos
familiares se convirtieron en verdaderos
apellidos solamente hasta el siglo XV, cuando
las familias nobles o burguesas acaudaladas
comenzaron a transmitir el segundo nombre
como símbolo de estatus, intercalándolo en
sus escudos de armas. Pero sólo hasta el
siglo XVIII se generalizó el apellido
como inmutable y hereditario. En realidad, en algunas regiones se debió
esperar a que la institución del Registro
Civil, resultado de la unificación de Italia
en 1861,
sustituyera al registro
parroquial. Nacieron así los apellidos
“modernos”, derivados del nombre paterno
(Giordano, Mariani, Rinaldi,
D’Angelo,
Vitale, Marchetti, Marini…), de un
topónimo (Messina, Milani, Salerno) o de un
adjetivo “étnico”
(Lombardo, Calabrese,
Mantovani, Napolitano, Greco,
Albanese…).
Otra historia corresponde a los apellidos
que indicaban la condición de huérfano.
Los llamados bastardini (“bastardillos”,
hijos de padre siempre legalmente
“inexistente” y de
madre frecuentemente desconocida)
eran puestos bajo la custodia de las
llamadas
“Obras Pías” u orfanatos. Era licito
abandonar a un recién nacido: los padres
podían dejar al hijo en las escalinatas de
la iglesia del pueblo, o en la puerta
giratoria a la entrada del orfanato, llamada
“Ruota” (rueda).
A estos pobres niños les eran
otorgados nombres convencionales, con
variantes de una ciudad a otra. Era común
que se les dieran apellidos de significado religioso, que
protegieran al niño, como Diotisalvi
(que Dios te salve), Diotaiuti (que
Dios te ayude),
Servadio (sirviente de Dios), Diotallevi
(que Dios te críe), Pregadio (reza a
Dios), etc.
En
Nápoles era típico el apellido Esposito (de
“expuesto” en la Rueda del orfanato), en
Florencia el apellido Innocenti
(inocentes) o
Degl’Innocenti (de los inocentes), en Milán
Colombo —paloma— porque en el
emblema del orfanato se encontraba la efigie
de una de estas aves. En Roma, a los
huérfanos se les decía projetti,
nombre del cual deriva uno de los apellidos
romanos más comunes: Proietti.
Después de la unificación de Italia, para
los huérfanos se usaron nombres más
imaginativos ligados al ambiente como Monti
(montes), Siepi (arbustos),
Ruscelli (arroyos)… sin embargo, en
las actas de nacimiento, estos niños eran de todos
modos considerados
“hijos de N.N”. (abreviación
de nomen nescio: “no conozco el nombre”).
En algunos otros casos, se registraban como
Trovato (encontrado),
Casadei (con referencia a la iglesia, o sea,
a la casa de Dios, precisamente donde fueron
encontrados) o como Eco (acrónimo de ex coelis obiatus, “donado por el cielo”).
Para concluir, es interesante enlistar
los 10 apellidos mas difundidos en Italia.
1. Rosso
2. Russo
3. Ferrari
4. Esposito
5. Bianchi
6. Romano
7. Colombo
8. Ricci
9. Marino
10. Greco
Aunque comunes, estos
apellidos cubren únicamente el 2% de la
población italiana.
(claudio bosio / puntodincontro.mx / adaptación
de
massimo barzizza / traducción
al español de
joaquín ladrón de guevara)
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