Google+

 

bullet

Leggi questo articolo in italiano.

 

9 de septiembre de 2014 - Carlomagno, gobernante del Sacro Imperio Romano desde el año 800 hasta el 814, sabía cómo comportarse con sus enemigos. Tanto en guerra como en paz. De hecho, cuando las armas no eran suficientes, recurría a la magia.

Cuenta la leyenda que cuando su reinado era amenazado por una guerra, invitaba a un banquete a algunos de los personajes más importantes del presunto futuro enemigo. Al final de la comida, para asombro de los invitados extranjeros, el emperador tomaba el mantel y lo arrojaba al fuego.

Varias horas después lo sacaba de brasas, mostrando a los huéspedes que la tela no sólo no había sufrido daños, sino que… ¡se había limpiado perfectamente! Convencidos de tener que ver con un mago, los enemigos cancelaban sus planes de ataque.

Carlomagno sabía lo que hacía: su mantel mágico estaba hecho de asbesto, un mineral singular que consiste en cristales largos y delgados que forman fibras filiformes (compuestas por diferentes tipos de silicatos de magnesio) que pueden ser tejidas.

Las características peculiares del asbesto ya eran conocidos muchos siglos antes de la época carolingia. Plinio el Viejo (23-79 D.C.) y Plutarco (47-126 D.C.), hablan del amianto describiéndolo como “lino inquemable”.
Plinio, en su “Naturalis Historia”, lo considera una planta originaria de la India y describe su uso para la producción de manteles, servilletas y túnicas funerarias. ¿Túnicas funerarias? Sí, porque en la antigua Roma los cuerpos de los aristócratas, antes de la cremación, eran envueltos en sudarios de asbesto, para que sus cenizas no se mezclaran con las de la pira funeraria.

Un lienzo de “asbesto puro”, según Plinio, se obtenía a partir de una mezcla de hilos de lana (o lino) y amianto. La tela resultante se colocaba después en un brasero para quemar la textura de lana o de lino, dejando intacta la de asbesto (se creía que las hebras de este material provenían de la piel de la salamandra, un pequeño anfibio parecido a una lagartija, que según la creencia popular era inmune al fuego).

La misma… técnica de combustión era también utilizada como “lavado en seco” de este tipo de telas (en particular los manteles), lanzándolos sobre braseros prendidos, de manera que las diversas impurezas que las manchaban se quemaran.

Se sabe, además, que los árabes fabricaban armaduras de asbesto para protegerse cuando prendían fuego a las ciudades enemigas y sabemos que el mongol Genghis Khan (1162-1227) mantenía en bolsas de asbesto su ropa y su joyería, para protegerlos de eventuales incendios.

En la Edad Media eran muy pocas personas que habían visto tejidos de asbesto, comúnmente conocido con el nombre de “lienzo mágico” (más caro que las perlas). Muchos lo consideraban una sustancia misteriosa y, al ser no inflamable, incluso maléfica.

Fue el italiano Marco Polo (1254-1324) quien descubrió el verdadero origen del amianto: se trataba de un mineral y tuvo oportunidad de presenciar su proceso de extracción durante su estancia en China.
El asbesto, hasta los años 70’s, fue considerado un material de mil usos. No podía ser de otra forma, ya que se utilizaba para el hilado y el tejido, se derretía sólo a temperaturas muy altas, no se quemaba ni ennegrecía con el fuego y las llamas ordinarias, tenía buena resistencia a los ácidos y a las soluciones alcalinas concentradas… etc.

Hoy, sin embargo, podemos afirmar que, fascinados por estas características extraordinarias, llegamos a utilizar el asbesto en forma masiva, pero absolutamente imprudente.

Hasta hace poco, este mineral fue muy valioso para la industria. Mezclado con cemento fue utilizado en la fabricación de tuberías y protecciones contra incendios. En la industria del automóvil, se usaba para la producción de frenos, embragues y aislantes acústicos. En forma de fibra, se utilizaba para los telones ignífugos en los teatros y para las cintas transportadoras de materiales a alta temperatura. El asbesto estaba presente incluso en los medicamentos, como —por ejemplo— algunos empastes dentales para las obturaciones y polvo contra la sudoración de los pies. ¡Se utilizó incluso para la construcción del muro de Berlín!.

Hoy, todo este interés por el asbesto se ha desvanecido.

De hecho, el asbesto se ha convertido en un problema.

El asbesto es un cancerígeno, lo sabemos. No hay duda de que entre los mineros que lo extraen del subsuelo, los trabajadores que lo tejen y los instaladores de materiales aislantes de asbesto, se encontró una incidencia significativa de “mesotelioma”, un cáncer mortal del recubrimiento de los pulmones. Sin embargo, la incidencia de este cáncer está relacionada con la duración de la exposición, la concentración de fibras de asbesto en el aire que se inhala y el tipo de asbesto en cuestión. Aunque hablamos del asbesto como si se tratara una sola sustancia, en realidad no lo es.

Existen 6 tipos diferentes de este material, distinguibles en dos grupos: el asbesto anfíboles y crisotilo.

Las fibras anfíboles son las realmente peligrosas, mientras que el crisotilo causa comparativamente menos daño.

El asbesto, en última instancia, es un problema importante, pero circunscrito y solucionable, al menos para la mayoría de nosotros, que no estamos en estrecho contacto con él.

A nadie le gustaría trabajar en su extracción ni perforar con un taladro paneles de este mineral. Tampoco enviaríamos a nuestros hijos a una escuela construida con “antiguos” y, por tanto, respirables materiales de asbesto.

Sin embargo, según una investigación realizada por Richad Doll y James Peto, ambos profesores de la Universidad de Oxford, parece claro que cualquier persona que pase una hora al día en una habitación con un fumador tiene una probabilidad de contraer cáncer de pulmón 100 veces mayor que la de una persona que pasa veinte años un edificio que contenga asbesto.

ARTÍCULOS RELACIONADOS
bullet Haz clic aquí para leer los demás artículos de la sección “Unas palabras sobre...”.

 

(claudio bosio / puntodincontro.mx / adaptación y traducción al español de massimo barzizza)