23 de julio de 2014 -
«El
Gran Circo Chiarini era de las mayores
atracciones. Situado en la calle de Gante,
reunía con frecuencia a la gente del pueblo,
tanto por sus precios como por lo variado de
su espectáculo; circos norteamericanos e
ingleses visitaban con frecuencia el local.
La presentación de fieras amaestradas era la
mejor atracción; escenas ecuestres e
intrépidos equilibristas en las más variadas
actuaciones se hacían llamar los primeros en
el mundo...».
Así describe Daniel Cosío Villegas en
su “Historia moderna de México” el espectáculo
del circo italiano que arribó al país al
mismo tiempo que Maximiliano de Habsburgo y
entretuvo a la sociedad en medio de momentos
políticos y sociales difíciles,
convirtiéndose en una de las compañías
circenses que hicieron del XIX el siglo de
oro para este tipo de representaciones en el
mundo.
Fue en la feria de St. Laurent, en Francia
en 1580, cuando aparecieron por primera vez
los Chiarini, la más antigua dinastía del
circo, que en aquél tiempo eran titiriteros
y bailarines sobre cuerdas. Unos tres siglos
más tarde, Giuseppe Chiarini (1823-1897) se
convirtió en quizás el empresario más
influyente de este tipo de espectáculo del
siglo XIX: durante una carrera profesional
que duró 58 años, sus constantes giras
internacionales lo llevaron de Europa a
América del Norte y del Sur, a la India, a
Asia e incluso a Australia. Muchos de los
lugares que visitó aún no habían sido
expuestos a la experiencia del circo y la
organización Chiarini fue en más de una
ocasión la inspiración para la creación de
iniciativas locales.
Giuseppe Chiarini.
La
estancia en México de Chiarini —iniciada el
8 de mayo 1864 después de una etapa en Cuba—
tuvo un enorme éxito que lo llevó a
construir en 1865 un gran circo en la ciudad
de México, en el número 5 de la calle 5 de
Gante, en el sitio donde originalmente se
encontraba el convento de San Francisco.
El
Circo Chiarini fue diseñado, de acuerdo con
el modelo europeo de la época, como un
anfiteatro de piedra con una capacidad de
3.000 asientos y equipado con una palco real
para el nuevo emperador Maximiliano I, que
acababa de comenzar su corto reinado en
México (1864-1867).
Y
fue precisamente en su honor que, unos días
antes de la inauguración, Giuseppe ofreció
un espectáculo en el Castillo de
Chapultepec, donde Maximiliano le dio un
broche de zafiro y diamantes y, según la
leyenda, le pidió que domara a Abd-el-Kader,
un caballo árabe que había recibido en
regalo de su hermano, el emperador Francisco
José de Austria.
Dos semanas más tarde, el 20 de marzo de
1865, Chiarini inauguró su anfiteatro en
presencia de la familia imperial. Para la
ocasión, presentó al público Abd-el-Kader
perfectamente domado. El emperador,
agradecido, de inmediato regaló el caballo
al empresario italiano que, según la crónica
de la época, dijo: «Si no es cierto, es bien
venido» ...
En
México, recuerda el historiador Julio
Revolledo Cárdenas, fue precisamente durante la mitad del siglo
XIX en coincidencia con la llegada del Circo
Chiarini cuando nacieron algunas
de las principales dinastías circenses que
aún sobreviven: los Hermanos Suárez en 1853,
los Atayde en 1879, los Esqueda en 1893.
Familias que hoy, ante la prohibición del
uso de animales en los circos en la ciudad
de México —según la ley aprobada
recientemente por la Asamblea Legislativa
del DF— luchan por mantener la tradición del
circo clásico, que nació con la presentación
de animales en escena.
(massimo barzizza / puntodincontro.mx)
|