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4 de febrero de 2014 - En nuestro lenguaje común “poner los cuernos” es equivalente a “engañar a tu pareja”, mientras que “tener cuernos” es el estado en que se encuentra el “cornudo”, es decir, la persona que resulta traicionada [1].

Probablemente no todo el mundo sabe cuál es el origen de estos modismos.

La hipótesis más probable se remonta a la antigua Grecia y, en particular, a Pasifae, hermana de la hechicera Circe y esposa de Minos, rey de Creta. Según la mitología, esa señora estaba locamente enamorada de... un toro, que había sido regalado a su marido por Poseidón, dios del mar y de los terremotos, para que fuese sacrificado en su nombre.

Minos, sin embargo, dada la extraordinaria belleza del animal, decidió sacrificar otro en su lugar. Poseidón no lo tomó nada bien y, por lo tanto, decidió vengarse: la reina Pasifae, locamente enamorada del toro en cuestión, al parecer tuvo una relación carnal con el animal y de su unión nació un monstruo horrible.

El “evento” fue posible gracias a Dédalo quien, para ese fin, construyó una atractiva vaca de madera, hueca y forrada de cuero, que permitía a la reina, oculta en su interior, satisfacer su irrefrenable deseo. De esta unión antinatural nació el Minotauro, la legendaria figura, mitad hombre y mitad toro, que fue segregado en el complicadísimo Laberinto [2].

Los “cuernos” en la familia real de Creta, fueron, por tanto, de dos tipos: unos, evidentes, se encontraban en la cabeza del monstruoso hijo de la reina y los otros, invisibles pero innegables, los llevaba puestos el Rey. Los habitantes de Creta, gente de espíritu burlesco, conscientes del adulterio... taurino de Pasifae, empezaron a saludar a Minos imitando con la mano el signo de los cuernos, para burlarse de él.

Oscar Estruga. Pasifae y el toro,
escultura en
Vilanova i la Geltrú, Cataluña.

Hay que decir, sin embargo, que en la antigüedad los cuernos no siempre tuvieron una connotación negativa. De hecho, las deidades y los personajes más prominentes se representaban a menudo con cuernos en la cabeza.

Los reyes adornaban sus cascos y tiaras con cuernos, como símbolos de supremacía, soberanía y dignidad real. Además, los cuernos significaban gloria y ferocidad agresiva; una vez conquistado Egipto, Alejandro Magno fue proclamado divino en el templo del dios Aries, Anón. A partir de ese día fue representado en las monedas con los cuernos de un carnero.

Los cuernos en la cabeza eran, por así decirlo, un elemento que denotaba superioridad. En Roma, por ejemplo, existía la noble familia de los Cornelii, mientras que en otros lugares hechiceros y curanderos usaban como signo de distinción tocados adornados con cuernos. También muchos guerreros antiguos (sumerios, babilonios, etruscos ...) decoraban sus cascos con cuernos.

Cascos de la Edad del Bronce. Museo Nacional de Dinamarca, Copenhague.

¿Desde cuándo, entonces, se convirtió en un insulto insinuar o decir que alguien es un “cornudo”?

En este caso, no hay que hacer referencia al mito, sino a la historia.

Y es la historia, precisamente, la que nos cuenta que un emperador bizantino, relativamente importante, Andrónico I Comneno (1118-1185), era un tipo no muy recomendable. Además de ser un hombre cruel y violento (mandó matar, por ejemplo, a la emperatriz-madre, María de Antioquía, que fungía como regente del hijo, menor de edad, Alejo II.

Luego hizo que él también fuese estrangulado y no dudó en casarse con su joven viuda, Inés de Francia. También tenía la costumbre de llevarse a la cama cualquier mujer que lo atrajera. Las convertía en concubinas (de la palabra latina concùmbere compuesta por cum: juntos y cùmbere: acostarse en la cama) siempre listas para sus placeres más depravados (las pobres se quedaban en esa condición, por lo menos hasta que se cansaba de ellas).

Era su costumbre, además, colgar —como escarnio público— unas cabezas de ciervo en las paredes de las casas de los pobres maridos cuyas esposas habían sido seducidas. ¡Una cabeza por cada mujer (ajena)! Cuando los soldados Sículos-Normandos del rey Guillermo II, llamado el Bueno (1153-1189), entraron a la ciudad de Tesalónica (1185) y vieron estos trofeos en las paredes, preguntaron qué significaban.

Fue gracias a esos soldados que el epíteto “cornudo” llegó a Sicilia, para luego extenderse al resto de Italia y a otros países europeos. Y así fue que, a partir de 1185, la frase griega “cherata poiein”, o sea “poner los cuernos” adquirió un significado claramente difamatorio.

Además de esta reminiscencia histórica, hay otra hipótesis que atribuye el calificativo cornudo a la cultura rural y, en particular, al macho de las cabras, el chivo. Las cabras hembras cambian de pareja con frecuencia, por lo que el chivo —también conocido en algunos países de habla hispana como “cabrón”— se ha convertido en el cornudo por excelencia.

Es de notar, sin embargo, que muchos dioses greco-romanos eran a menudo representados vistosos en la cabeza. Zeus (Júpiter) a menudo tomaba la forma de un toro. Dioniso (Baco) fue apodado el cornudo, y Pan (Fauno) tenían cuernos y patas de cabra.

Los cuernos, entre muchos pueblos, incluso fueron considerados un alimento afrodisíaco.

Pero no es necesario, para esto, retroceder en el tiempo. Incluso hoy en día, en muchos países exóticos, algunas preparaciones a base de cuernos molidos, como el polvo de cuerno de rinoceronte, se venden como potente estimulante sexual.

Para los antiguos, la forma del cuerno era considerada sagrada, por lo que muchas copas de plata, oro, cristal y barro se producían con este aspecto.

A partir de los cuernos también se obtenían trompetas de gran alcance.
La Biblia reporta que el Señor dijo a Josué: «Delante del arca siete sacerdotes llevarán siete trompetas hechas de cuernos de carnero, y los sacerdotes soplarán en ellas». Ante el sonido de estas trompetas de cuerno, los muros de Jericó cayeron.

El derrumbe de los muros de Jericó.

Toda una iconografía floreció sobre una criatura legendaria, con cuerpo de caballo y un sólo cuerno, recto y torcido, que le sale de la frente: el unicornio, que apareció en la representación convencional con los cascos bifurcados de los ciervos y bueyes, la cola de un león y la barba de una cabra bajo la garganta. La existencia real de esta criatura es, por supuesto, muy dudosa, pero lo cierto es que su figura expresa un manifiesto simbolismo sexual.

Los unicornios siempre se mencionan en los cuentos medievales de caballería, pero también en las leyendas chinas, árabes y de la India. Confucio, Alejandro el Grande y Genghis Khan afirmaron haberse encontrado y acercado a algunos ejemplares de este mítico animal. El unicornio se hizo famoso y muy buscado a partir del siglo III antes de Cristo cuando un médico griego, que practicaba en la corte persa de Darío II (... - 404 antes de Cristo, su nombre original era Oco y también era conocido como Nothus, del griego νοθος, bastardo), ademas de escribir una detallada descripción de esta criatura (gran asno de color blanco como la nieve, con una cabeza de color rojo y ojos azul oscuro), afirmó que su cuerno, colocado en el cuerpo de un enfermo o herido, produciría efectos terapéuticos milagrosos. Esto fue suficiente para dar rienda suelta a la codicia humana para apropiarse de la mágica protuberancia, provocando inevitablemente la extinción de esta especie.

Ha pasado mucho tiempo desde la época de Minos, el primero de los cornudos ... históricos. Con el tiempo, se ha adquirido una concepción diferente, más benévola, de las relaciones afectivas entre hombres y mujeres. Mucho ha cambiado en nuestros hábitos, pero los cuernos, como tales, siguen siendo un tema de actualidad.


[1] El término cornuda no se utiliza: el femenino de cornudo, al parecer, no existe. En su lugar, utiliza la expresión pobre mujer. Hay quienes han subrayado que uno de los 10 mandamientos ordena «no codiciarás la mujer de tu prójimo». Y, entonces... ¿Qué pasa con el hombre de tu prójima? Parece que las mujeres tienen todo a su favor, incluyendo un mandamiento menos al cual obedecer.

[2] El laberinto, construido por Dédalo, era un palacio con una sucesión inextricable de habitaciones, pasillos, salas, entradas y puertas falsas, un lugar en el que se perdía el sentido de la orientación y del cual era imposible escapar. Más tarde, también Dédalo fue encarcelado ahí con su hijo Ícaro y sólo pudo escapar construyendo unas alas hechas de plumas y cera. La leyenda dice que Ícaro voló demasiado cerca del sol, sus alas se derritieron y cayó al mar. Sólo Dédalo se salvó y se refugió en Sicilia.

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(claudio bosio / puntodincontro.mx / adaptación y traducción al español de massimo barzizza)