18 de julio de 2018
-
Entre los muchos elementos que unen la cultura
italiana con la mexicana se encuentra, sin duda,
el tomate, utilizado como ingrediente esencial
en varias preparaciones culinarias de ambos
países.
La historia de su viaje, desde los Andes
peruanos como planta salvaje, hasta Europa, es
casi igual de fascinante que el acento que puede
brindar a los platillos en los que se incluye.
Se sabe que el tomate salvaje nació en Perú
porque es el único lugar en el planeta donde
existe una gran variedad de especies
genéticamente diversas de la planta. De las
trece especies salvajes distintas que se
conocen, dos son originarias de las Islas
Galápagos, y once se encuentran en una franja
territorial que va del norte de Chile al sur de
Ecuador, atravesando por Perú. Dos de estas
especies, entre las cuales se encuentra el
tomate que consumimos hoy en día, dan frutos de
color rojo, otras dos de color amarillo, y el
resto son de color verde.
Pero no fue hasta la llegada de sus semillas a
Mesoamérica –cargadas por el viento, el agua de
los ríos, el mar, o en el estómago de aves
migratorias que consumían los frutos– que la
planta fue domesticada. Esto resulta evidente
porque en las lenguas nativas de Perú no se ha
encontrado ningún término para referirse a la
fruta, a diferencia de los pueblos
mesoamericanos quienes le dieron distintos
nombres, entre los cuales se encuentran
xictomatl, nombre que le dieron los aztecas,
o tomati, nombre que le dieron los
pueblos del sur, y que adoptaron los españoles
para referirse a la fruta.
Uno de los primeros registros que se tiene del
uso del tomate en el ámbito culinario es el
recuento de Bernal Díaz del Castillo,
conquistador español que fue capturado por unos
indios en Guatemala en 1538 quienes se disponían
a cocinarlo a el y a sus compañeros en unas
ollas aderezadas con sal, ají y tomates.

Imagen de
una versión de la Historia Verdadera de
la Conquista de la Nueva España
(1568)
de Bernal
Díaz del Castillo.
Más tarde, Bernardino de Sahagún describiría su
uso en guisados hechos de pimientos, pepitas de
calabaza, tomates gordos y otras cosas que se
vendían en los mercados mesoamericanos. Este
recuento sería el primero en hacer la distinción
entre el xitomatl (fruto rojo que se
consume en gran parte del mundo hoy en día) y el
tomatl, el cual es pequeño, verde, y
agrio. Ambos se siguen consumiendo actualmente
en México y se conocen como jitomate y tomate,
respectivamente.

Bernardino de
Sahagún
Si bien no se sabe a ciencia cierta cuándo fue
que el tomate llegó a Europa, ya que no hay
registros de su transporte desde el nuevo
continente, ni exactamente a qué ciudad llegó
primero, se puede especular que fue visto por
primera vez en la ciudad de Sevilla, en España,
por dos razones: en primer lugar, el tomate
aparece en un listado de compras del hospital de
la Sangre en 1608, y en segundo lugar, Sevilla
estaba llena de comerciantes y carpinteros
italianos que abastecían de víveres y barcos a
las expediciones que salían rumbo al continente
americano.
Serían estos comerciantes y carpinteros quienes
se llevarían a Italia una especie de tomate de
fruto amarillo que recibiría el nombre de Pomo
d’Oro –que quiere decir manzana dorada– cuya
raíz era utilizada con fines medicinales como
tratamiento para la retención urinaria en el
nuevo mundo.
Tiempo más tarde, gracias a un decreto español
mediante el cual se ordenaba el cultivo de
frutas y vegetales provenientes de América cerca
de todos los puertos españoles para abastecer a
la flota, el tomate fue llevado a Tánger, donde
durante un tiempo el fruto fue conocido como
“amoris del poma”, o manzana de amor, nombre con
el cual pasó a Francia, lugar en donde, durante
un tiempo, también se le atribuyeron poderes
afrodisíacos a la fruta.
En Europa, afuera de España, el tomate sería
considerado venenoso durante mucho tiempo
gracias a las observaciones del botánico francés
Joseph Pitton de Tournefort quien erróneamente
lo clasificó como parte de una familia de
plantas venenosas entre las cuales se encuentran
la belladona y la mandrágora, por lo que en
Italia el tomate sería considerado durante mucho
tiempo únicamente como una hierba medicinal y
ornamental; esto último gracias a la facilidad
con la que se podían crear nuevas sepas de la
planta que dieran frutos que lucieran diferentes
colores y formas.
El primer libro que contiene recetas de cocina
que incluyen el uso del tomate –el volumen I de
‘Lo scalco alla moderna’, escrito por Antonio
Latini– se publicó en 1692, y fue editado en
Nápoles. Las recetas que contenían la fruta eran
llamadas “alla spagnuola”, o al estilo español.
A partir de ese momento, Italia empezaría a
experimentar con el cultivo de diferentes
variedades de tomate con fines culinarios y a
desarrollar platillos distintos que ahora
consideramos típicos del país de la bota.
Entre las variedades de tomate desarrolladas en
Italia, una de las más conocidas es el
pomodoro di San Marzano –con un fruto más
delgado y afilado que los del tipo Saladette
y Bola que se encuentran generalmente en
México– desarrollada en terreno volcánico en las
faldas del Monte Vesuvio, en el sur de la
península italiana. Ha sido definido como «el
jitomate industrial más importante del siglo XX»,
y es el único que se puede utilizar para
elaborar la Vera Pizza Napoletana (la
verdadera pizza napolitana).

Pomodoro di San Marzano.
(luca barzizza / puntodincontro)
|