7 de abril de 2020 (07:29 hrs.) - Mi querido Nani,

eres (¡y seguirás siendo!) uno de los recuerdos más coloridos de mi vida.

Por supuesto, no me complaceré en recordarte “tal cual eras”, o “como eras”: recordar, ya lo sabes, es una caridad feroz.

Tampoco puedo ofrecerte, en esta circunstancia, el perfume de una flor: sólo podría darte frutos de otoño, la temporada de los hombres que, como yo, ya se encuentran en el prólogo del epílogo.

En efecto, Nani, el replegarme en tu memoria tiene precisamente las tonalidades del otoño, es decir, los brumosos grises de la añoranza por tantas cosas hermosas que entre nosotros no fueron dichas, ni hechas.

La amargura es grande, mi antiguo amigo, porque te fuiste sigilosamente, dejándonos a todos, a tus viejos compañeros de escalada, solos e irresolutos en nuestro dudoso viaje a tientas, sin una brújula.

Ahora estás donde hasta la sombra es luz.

Finalmente, puedes estar seguro de que “el más allá” y el “después” no son ansias, sino singularidades eternas.

Ahora estás sereno, finalmente, y tienes paz.

Y nosotros, en cambio, batallamos en la inquietud creciente, inadmisible y absurda de la vida humana.

Estás ahora, queridísimo Vecio, más allá del muro de sombra que engulle cada palabra.

Ya extraño tu voz, Nani, y aún no he aprendido a aceptar tu silencio.

Ahora navegas por el océano de la eternidad, misterioso y sin islas.

¡Feliz viaje, valiente timonel!

Ahora estás fuera de cualquier duda humana y sabes que Dios no es un “por qué”, sino un “para qué”.

Ahora, despojado de los sentidos, duermes un único sueño, sin sueños:

¡Sit tibi terra levis!

Hasta siempre, Nani, fabuloso y queridísimo amigo.

¿Cuál ángel vino a llevarte de la mano (junto con Luisa) hasta allá arriba, más arriba, más allá de las Pléyades?

(claudio bosio / puntodincontro.mx / adaptación y traducción al español de massimo barzizza)