Migración, humanidad y cambio climático. De César Cárdenas*

Migración, humanidad y cambio climático. De César Cárdenas*

05:22 hrs. - A lo largo de los años hemos vivido de cerca muchas situaciones de marginación donde el descarte y la pobreza se hacen presentes de forma arraigada y dolorosa. Vivir esta cercanía al sufrimiento nos ha hecho alejarnos de los discursos que simplifican las causas de la pobreza.

Esto abre espacios humanos en donde la mente y el corazón ven con una mirada renovada y fresca múltiples situaciones de fragilidad que permiten empezar un proceso que sane, desde el dolor y la pobreza, las vidas que se han roto: demuestra que a pesar de las condiciones adversas se puede vivir de manera digna.

La migración es un tema complejo que intentaré abordar desde nuestra experiencia como Comunidad de Sant’Egidio presente en varias partes del mundo. Decir que “nadie se salva solo”, como decimos en Sant'Egídio, no representa un slogan, sino la vivencia concreta de que, en un mundo global e interconectado, estamos más próximos unos de otras de lo que quizá hemos imaginado. La pandemia, por citar un ejemplo reciente, nos recordó que lo que se vive en el lugar más alejado del mundo nos puede afectar a todos de manera cercana y concreta en la enfermedad y puede poner de manifiesto nuestras fragilidades sociales, sanitarias, económicas e, incluso, políticas. Este pequeño virus global no distinguió barreras económicas, geográficas o sociales, tampoco raza, género, edad o profesión. En este sentido, nos puso en la misma barca (1). Para disminuir su transmisión tuvimos que protegernos. No era de mucha utilidad si sólo unos se sentían sanos dentro de un mundo enfermo, si la vacuna no era para todos, no había una salida clara de la pandemia.

De alguna manera la globalización del virus nos hizo corresponsables de los demás. Se “universalizó” la enfermedad, así como el acceso a la cura, partiendo de los más frágiles y vulnerables, como los ancianos. Este es un punto clave para comprender el resto de esta columna: se partió de los “últimos”, de los más “débiles” para establecer políticas sanitarias y de convivencia.

Pero ¿cómo puedo ser yo corresponsable, desde mi pequeña humanidad, de lo que sucede en Asia, África o Centroamérica? Sin memoria, no hay futuro. En 2020 Centroamérica vivió la presencia de Eta e lota, dos huracanes de categorías 4 y 5 respectivamente, que golpearon en menos de 15 días, y de una manera brutal, a dos de los países más pobres de América Latina: Honduras y Nicaragua, que enfrentan severas crisis de seguridad alimentaria y están sumergidos en crisis políticas. No se cuenta con registro de que dos huracanes de una magnitud similar se hayan presentado con anterioridad en la región en tan poco tiempo; el cambio climático ha sido señalado como un factor adicional, aunque no menor, para aumentar los flujos migratorios de Centroamérica hacia el norte.

Lo hemos experimentado en las caravanas de migrantes en su paso por territorio mexicano y en la crisis de menores no acompañados en la frontera con Estados Unidos durante el 2021. Lo mismo sucedió en muchos países africanos desde los años setenta, donde surgió el estudio del fenómeno migratorio derivado de los efectos del cambio climático.

A raíz de ello, comienza a emplearse el término “refugiados ambientales”, acuñado por Lester Brown (3). Más de 17 millones de personas en 2017, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), han sido desplazados de sus lugares de origen a causa de desastres naturales y del cambio climático.

Se ha demostrado que las bruscas variaciones en el clima están asociadas a diversos procesos industriales que requieren la quema de combustibles fósiles, tala masiva y uso de fertilizantes; es decir, la manera sistemática y desmedida en nuestras formas de producción y consumo, que en el fondo enmascaran el poco respeto y cuidado por la naturaleza, por los humanos y animales que habitan en ella. A causa de ello, 17 millones de personas tienen que salir de sus lugares de origen ya inhabitables. Esto de alguna manera nos hace corresponsables, nos dice que incluso en nuestra cotidianidad, pero en la globalización, pequeñas acciones pueden incidir a escala global de manera negativa en la vida de otras personas que ni siquiera conocemos.

Contrariamente a algunas acciones que surgieron durante la pandemia, las políticas migratorias internacionales están cargadas de regionalismos, xenofobias, muros y “aporofobias” (4). Universalizar “la cura” para estos fenómenos tal vez no sea evidente, pero, ¿cómo puede la enorme cantidad de migrantes globales ver la luz al final del túnel en un mundo que se cree sano en medio de tanto dolor, enfermedad y pobreza?

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* Secretario para México de la Comunidad de Sant'Egidio.
(1) Papa Francisco en San Pedro ante una plaza vacía el 27 de marzo de 2020.
(2) Ibidem.
(3) Lester Brown es un analista en ecosistemas naturales, pionero en estudios de protección del medio ambiente. El término “refugiados ambientales” aún no es aceptado por la ACNUR, que utiliza la locución «personas desplazadas en el contexto de desastres y cambio climático».
(4) Término utilizado por la socióloga española Adela Cortina para referirse a quienes sienten odio, miedo y rechazo hacia los pobres, los sin recursos o los desamparados.

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