Cacao, jitomate, maíz… en Europa «desde las islas al este del Ganges»

Cacao, pomodoro, mais… in Europa «dalle isole all’Est del Gange» di Colombo

16:39 hrs. - La Corte española fue informada formalmente de los descubrimientos de Colón en la primera semana de marzo de 1493. Incluso antes de que la noticia se diera a conocer oficialmente, el 1 de abril, los embajadores en España enviaron varios despachos diplomáticos a sus respectivas cortes y gran parte de esta información fue recopilada por eficientes servicios secretos que operaban en toda Europa. También algunos comerciantes arrebataron la preciada información: uno era el italiano Annibale Zennaro, que trabajaba en Barcelona y el 9 de abril, antes de la llegada de Colón a la ciudad, envió una carta a su hermano en Milán para informarle. Un peinador de seda florentino insinuó que la noticia también había llegado a su ciudad, y entre el 25 y el 31 de marzo se les informó a los Medici. Para la corte de Florencia y algunos mercaderes locales la noticia no fue inesperada, dado que estos últimos habían participado en el financiamiento de la expedición de Colón. La novedad también llegó a Venecia, por vía diplomática y sobre todo por el poderosísimo servicio de espionaje. El Papa fue informado del «descubrimiento» el 18 de abril, un mes después. En Estambul, la información llegó tres meses después a través del embajador del Imperio otomano en Venecia. Durante mucho tiempo se habló del descubrimiento de algunas «islas al este del Ganges», pero hubo pocos en Europa que entendieron el alcance del evento.

El populacho supo que el mundo había crecido solo varios años después de la llegada de Colón (entre 1494 y 1499) y tuvo que esperar entre treinta y cincuenta años para poder tocar los productos provenientes del «nuevo» continente que en 1507 el geógrafo Martin Waldseemüller llamó Ameríca, con acento en la "i", en el mapa del mundo que había dibujado (en la foto) y donde aparecían los contornos orientales del territorio. Tras los numerosos viajes realizados, Amerigo Vespucci —primo de Simonetta, retratada en la Primavera de Botticelli— estaba convencido de que el mundo estaba ante un nuevo continente y no islas. Pero mucho antes de conocer el nombre de las nuevas tierras, los europeos se enteraron de una enfermedad importada de aquellas islas: la sífilis, el padecimiento de la vergüenza. El morbo francés, o napolitano, comenzó a circular en Europa con la invasión de Carlos VIII (1494), quien estuvo acompañado de numerosos mercenarios españoles que eran portadores del trastorno. Estudios recientes de la Universidad de Zúrich, sin embargo, indican que algunas formas de esta patología infecciosa ya existían en el Viejo Continente en el siglo XV, mucho antes de los viajes de Colón.

En cada viaje, el navegante traía productos del nuevo mundo a Europa. El maíz llegó con la primera travesía, pero tras algunos intentos fallidos de siembra en el sur de España —territorios donde falta agua— se sembró en la zona de Nápoles con resultados mediocres y luego, finalmente, en los territorios orientales de Lombardía. Sin embargo, su verdadera difusión se remonta a 1525, cuando el cereal comenzó a cultivarse, con gran éxito, también en las regiones indias que se convirtieron en exportadoras netas.

El jitomate llegó a Europa tras la llegada a México de Hernán Cortés, en 1519. En Italia, la historia documentada de esta baya comienza en Pisa el 31 de octubre de 1548, cuando Cosme de' Medici recibió una cesta de su finca florentina de Torre del Gallo, obtenido con las semillas entregadas a su esposa, Eleonora di Toledo, por su padre, Virrey del Reino de Nápoles. Pero durante mucho tiempo se consideró una planta ornamental, para ser admirada, no ingerida. Mucho más tarde, los hombres comenzaron a cultivarla para producir elpomo d'oro como alimento.

Hubo que esperar a la conquista del Perú por Pizarro y de Almagro (1526) para conocer la papa, que sin embargo fue introducida en Europa solo en la segunda mitad del siglo. Al principio se comían las hojas (tóxicas por la solanina) y se daba a los cerdos el tubérculo, que crecía enterrado, por lo tanto más cerca del diablo. Sólo el hambre y las guerras del siglo XVIII introdujeron en la cocina el uso de la parte subterránea, muy apreciada por los marineros por su capacidad de conservación, sin saber que era un auténtico reservorio de vitamina C.

Tras estos acontecimientos, llegaron a las mesas europeas frijoles, pimientos y calabazas, pero hubo que animar a los agricultores a sembrarlos, porque representaban una inversión arriesgada.

El cacao tiene una historia particular. Se ofreció a Colón durante su último viaje en 1502 y, aunque al navegante no le gustó la bebida, llevó las semillas al rey Fernando II de Aragón. Girolamo Benzoni, autor de la Historia del mondo nuovo (1572), escribió que «el cacao era más parecido a una papilla para los cerdos que una bebida para los hombres». Sólo la adición de leche, miel y azúcar, sugerida por las monjas mexicanas de Oaxaca, modificó su sabor amargo, transformando el brebaje en un producto refinado, buscado por todas las cortes europeas.

El tabaco llegó muy lentamente a Europa. Colón lo descubrió durante la cuarta travesía y relató en sus escritos que los indígenas «fumaban» unas hojas extrañas. Vespucci hizo la misma observación en una carta fechada en 1505. Fueron los portugueses quienes lo importaron por primera vez al Viejo Continente desde la isla de Tobago, que le dio el nombre. Se utilizaba principalmente por sus propiedades terapéuticas con las que fueron tratadas las migrañas de Caterina de' Medici y su hijo. Los hugonotes que huían de la persecución lo introdujeron en Alemania (1563) y desde allí se extendió a Austria (1570), Turquía (1580) y Asia (desde 1595).

Luego llegó la fruta más extraña: la piña. Le ofrecieron algunas a Carlos V, pero este las rechazó porque, tras el largo viaje, ya no eran comestibles. Después de la separación de la planta, la maduración se detenía, por lo que llegaraban verdes (si se cortaban demasiado temprano) o podridas. La invención del invernadero resolvió el problema, pero solo los poderosos, como Luis XIV, podían darse el lujo de comerlas y los frutos a menudo se “alquilaban” para exhibirlos en las mesas de quienes querían aparentar ser ricos.

Y no hay que olvidar el pavo, la quinina, el caucho… (Alessandro Giraudo – Il Sole 24 Ore)

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