Chipilo, el corazón antiguo de Italia en México

Chipilo, el corazón antiguo de Italia en México

08:25 hrs. - El Com.It.Es. de México, encabezado en esta ocasión por el vicepresidente Antonio Mariniello, organizó en días pasados ​​la visita de un grupo de 38 personas, en su mayoría miembros de la comunidad italiana de la capital, a la localidad de Chipilo. La excursión se realizó el sábado 8 de octubre, como parte de los festejos por el 140 aniversario de la fundación de este pequeño centro urbano —ubicado 12 kilómetros al sur de la ciudad de Puebla— y la inauguración del Museo de la Migración en su parque principal.

Al llegar, tras un viaje en autobús de poco más de dos horas desde la Ciudad de México, el antropólogo e historiador Miguel Esteban Kadwrytte Dossetti —oriundo del ahora célebre pueblo, director del Archivo Histórico Sociocultural Lingüístico local y fundador, junto a Arturo Berra Simoni, del Museo de la Migración— dio la bienvenida a los visitantes y los guió a los lugares más representativos del sitio para ilustrar algunos de los aspectos más destacados de su historia.

Los primeros años

«Chipilo» —explicó— «fue fundado en 1882 por poco más de 400 emigrantes de la región del Véneto, la casi totalidad de los cuales procedían del Municipio de Segusino y de algunas localidades vecinas, entre ellas Quero y Valdobbiadene».

«El presidente Porfirio Díaz» —añadió— «que gobernó México durante 30 años, pretendía modernizar el país después de una larga serie de guerras. Para lograrlo, quiso contar con poblaciones de diferentes partes del mundo: franceses, españoles, chinos, japoneses, coreanos y, por supuesto, italianos. En aquellos tiempos, en el Bel paese había grandes problemas y muchos de sus habitantes emigraron. No hay lugares en el planeta donde no se encuentren descendientes de italianos y aquí en Chipilo estamos orgullosos de esta herencia y de nuestra cultura».

Chipilo visto desde el Monte Grappa. Al fondo, el volcán Popocatépetl (foto de Silvia Zueck).

«Este» —dijo Kadwrytte refiriéndose al atrio de la iglesia— «es el centro neurálgico de nuestro pueblo y comenzaré contándoles algunas cosas interesantes. A diferencia de los otros templos en México que fueron construidos con fines defensivos —utilizando estructuras similares a las de las fortificaciones para contrarrestar cualquier posible rebelión de los indígenas—, esta edificación no tiene las mismas características».

«Las intenciones de erigir este lugar de culto comenzaron hacia 1904 por iniciativa del primer párroco chipileño del pueblo, el padre Ernesto Mazzocco. Antes, los habitantes tenían que ir a misa a San Gregorio Atzompa o Santa Isabel Cholula».

«La iglesia estaba originalmente dedicada a San Antonio, patrón de Padua. Tras la llegada de la escuela salesiana, sin embargo, su efigie fue trasladada al costado del altar y sustituida por la de la Virgen de la Inmaculada Concepción, aún hoy patrona de Chipilo».

«Las migraciones a México desde otras naciones cesaron durante los años de la revolución y, en la segunda década del siglo XX, se reanudaron a través del contacto que el Estado fascista trató de establecer con las colonias italianas en el mundo. Durante la Segunda Guerra Mundial, en la primera mitad de la década de 1940, unas 30 personas se trasladaron a Chipilo desde Italia. La mayoría de los apellidos de los inmigrantes originales terminan en consonante, como muchos de los apellidos vénetos, mientras que los de las personas que llegaron en el siglo pasado suelen terminar en “i”».

Una placa en la plaza, a pocos metros de la entrada de la iglesia, enumera las 121 familias consideradas fundadoras de esta excepcional comunidad ítalo-mexicana. Largher, Mazzier, Mion, Montagner, Padoan, Pilon, Sartor, Stefanon, Vanzin y Zecchinel son solo algunos de los apellidos que aparecen en la lista, junto a una breve historia que resume en unas pocas líneas las vicisitudes de casi un siglo y medio de acontecimientos que marcaron la evolución de Chipilo en México.

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La hacienda

«Otro lugar importante en el pueblo» —prosiguió Kadwrytte— «es el Colegio Unión de los Salesianos, que está ubicado dentro de una hacienda —llamada San Diego— construida en la época del virreinato. Los primeros documentos relativos a esta edificación datan de 1596. Su estructura actual, sin embargo, se completó a principios de la segunda década del siglo XVIII. Fue adquirido a finales del siglo XIX por uno de los generales de Porfirio Díaz y gobernador del Estado de Puebla: Carlos Pacheco. Fue él —durante el período en que se desempeñó como secretario de Fomento y de Industria— quien firmó con Francesco Rizzo —un funcionario italiano residente en México— el contrato que regularía la llegada de los vénetos a estas tierras».

«A través de este acuerdo, los inmigrantes italianos aseguraban que tenían un oficio, que eran católicos y se comprometían a comprar tierras a crédito a un plazo de 20 años, aunque muchos lograron liquidar la transacción antes de que finalizara el quinto año».

«La hacienda fue el primer lugar donde residieron los inmigrantes tras su arribo el 2 de octubre de 1882. 5 días después, el 7 de octubre, se celebró la primera misa en la capilla, acto considerado el evento fundacional del pueblo. Posteriormente la estructura y el terreno fueron donados a las hermanas salesianas Hijas de María Auxiliadora, quienes en 1907 fundaron el primer colegio de Chipilo en el casco principal».

«En el colegio, hasta 1922, las clases se impartían en italiano. Muchos chipileños de esas primeras generaciones se comunicaban en véneto en sus casas, aprendían el italiano hablado y escrito en la escuela y muy pocas veces utilizaban el español. Aún conservamos los libros de texto en italiano que se utilizaban», enfatizó Miguel.

El origen del nombre Chipilo

«Existen varias versiones acerca del origen del nombre Chipilo. Chipinía es el verbo que se utiliza en náhuatl para describir el acto de hacer berrinches de los niños y, como adjetivo, estar chípil define el estado de animo triste propio del periodo post-parto. Podría, por lo tanto, significar “lugar de la tristeza”. Por otro lado, existen unas plantas típicas de estas tierras que se llaman chipilli, hecho que indicaría que el nombre describe el sitio donde nacen y crecen estos vegetales. Alternativamente, el término chipi-atl significa “agua que escurre”, por lo que también se ha propuesto que el sentido sea “lugar en donde cuelga el agua”. La última posibilidad es que, al igual que otras localidades de la zona, el nombre esté relacionado con los minerales que se encuentran a su alrededor y que signifique “cerro del cristal”».

La defensa durante la revolución

«El camino que se recorre para llegar a la cumbre del cerro del Chipiloc» —comentó el historiador después de haber guiado el grupo hasta la cima recorriendo algunas decenas de metros desde la plaza— «fue recientemente pavimentado. Antes era un sendero de tierra, pero en 1917 —durante la revolución mexicana— estaba delineado por trincheras. El 25 de enero de ese año, entre 100 y 200 chipileños las utilizaron para defenderse ante un grupo que —si bien es definido por los libros de historia como parte del ejercito zapatista— existe la posibilidad de que estuviese compuesto principalmente por ladrones y bandoleros. Las armas utilizadas por los habitantes de Chipilo les habían sido entregadas en Cholula por el gobierno federal de Venustiano Carranza. Se implementaron varias estrategias para hacer creer al grupo asaltante que los defensores eran más de los que en realidad se encontraban atrincherados. Al final, los chipileños obtuvieron la victoria y ningún otro grupo volvió a intentar invadir el pueblo».

El Monte Grappa

Unos pocos pasos y el grupo, siguiendo a Miguel, se trasladó al otro lado de la inscripción en cemento que identifica a Chipilo con sus 7 letras. «Pero este cerro cambió de nombre», explicó. «Hubo en la Primera Guerra Mundial una serie de combates en la frontera entre Austria e Italia que hoy se recuerdan como las batallas del Monte Grappa. Cuando el gobierno fascista supo que en Chipilo también se había llevado a cabo un acto de defensa heroica, quiso hermanar a los dos acontecimientos. Fue así que en 1924 los chipileños rebautizaron a su cerro con el nombre de la cumbre que se había convertido en el pilar más importante de la defensa italiana entre 1917 y 1918».

«Para conmemorar el evento, las comunidades vénetas de donde habían salido los inmigrantes que llegaron en octubre de 1882 donaron esta estatua», dijo Kadwrytte señalando la escultura de una virgen María con el niño Jesús en cuya base se lee: «En memoria de los caídos en el Grappa y en el Piave, los combatientes supervivientes de la guerra 1915-1918 ofrecen a los descendientes de los animosos pioneros de Chipilo».

«La efigie, enviada desde Italia, se perdió en el puerto de Veracruz y fue encontrada 43 años más tarde, en junio de 1967. Afortunadamente la autoridades portuarias, tras identificar al destinatario original, la remitieron a Chipilo, en donde fue instalada».

Miguel Esteban Kadwrytte Dossetti concluyó así el relato de algunos de los acontecimientos que marcaron la historia de Chipilo de Francisco Javier Mina, denominación oficial de este pequeño pueblo de aproximadamente 4 mil habitantes perteneciente al municipio de San Gregorio Atzompa, en el Estado de Puebla, que sigue siendo hoy en día testimonio de la profunda y antigua relación que existe entre Italia y México.

Una indicación de la fértil complejidad generada por esta unión de culturas puede ser encontrada en el texto de una placa instalada al lado de la Presidencia Auxiliar, en el parque principal de la comunidad.

¿Qué significa ser chipileños? Empecemos por la principal peculiaridad: somos bilingües, aprendemos el véneto chipileño en nuestras casas y el español en la escuela y en la calle. Igual podemos saludar inconscientemente con un “bon di! Statu come?” que expresar instintivamente un “¡Ay, güey, está cabrón!” y no voy a profundizar en el delicado tema lingüístico, pero es el mejor preámbulo para empezar a entender nuestras particularidades biculturales.

Los chipileños tenemos diferentes proporciones de biculturalidad y ahí residen las diferencias. Un chipileño igual canta el Bòn dì n bòn an en capodanno que una canción de Vicente Fernández el 16 de septiembre, igual disfrutamos un chile en nogada que una ración de polenta con queso, no tenemos problema en reconocer un buen mezcal o en pedir un prosecco para acompañar una pasta. Podemos ser tan apasionados en un palenque, como frente a un televisor apoyando a los azzurri en un mundial y así somos en todos los aspectos culturales e inclusive religiosos. En nuestras actividades hemos sabido ser competitivos y de igual forma hemos destacado a nivel nacional en la ganadería lechera que a nivel internacional en la fabricación y exportación de muebles rústicos mexicanos.

Tal vez no baste un artículo para expresar lo que es para mi ser chipileño: no es sencillo describir el orgullo que me hacen sentir el Popocatépetl y el Monte Grappa; la emoción que me provoca escuchar el Himno de Chipilo de Humberto Orlansino y el Cielito Lindo de Quirino Mendoza; la satisfacción que me causa asistir al parque para quemar la Befana o para gritar ¡Viva México! En fin, grazie a Dio y a la Virgen de Guadalupe por haber predestinado estos dos países, estas dos culturas, por haberme hecho nacer chipileño, por designarle como suelo a mi pueblo este pedazo de Véneto en México. Y, por todo lo anterior advierto: ¡siempre defenderé a México de un italiano y a Italia de un mexicano!

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